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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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Cantando bajo la lluvia

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Quisiera hablar de Cantando

bajo la lluvia, zarzuela

americana, hecha en Hollywood,

donde viven las estrellas,

que se encuentra en California,

según se entra, a la derecha.

 

Tiene un tema metafísico:

la angustia que te penetra

cuando te enfrentas al cambio

con más miedo que vergüenza.

Trata de cuando el sonoro

desplazó a aquella caterva

de actores exagerados,

acompañados de letras

escritas en la pantalla

para que algo se entendiera.

 

Nos hallamos ante un clásico,

pues la «peli» está bien hecha.

El film tiene buena música,

Cyd Charise, muy buenas piernas,

y el número «Make ’em Laugh»

lo suyo es que te divierta.

Y, por si esto fuera poco,

de seguro que recuerdan

aquel baile del Gene Kelly

en la mojada secuencia

de aquel «Singin’ in the rain»

que rodó —según se cuenta—

con treinta y nueve de fiebre,

con faringitis, diarrea,

tos, mocos, calambres, vómitos,

asma, dolor de cabeza

y un buen número de otras

varias diversas dolencias

asociadas a la gripe

y a la fiebre tifoidea.

(Eso sí que es un actor

y no el Eduardo Noriega.)

 

Pero si hay una virtud

que recordarles quisiera

(y que en Cantando... aparece

de forma nada polémica)

es que la industria de Hollywood

tiene sus cosas bien puestas

y se atreve a hacerse sátira;

es capaz, de mil maneras,

de reírse de sí misma

y de atacarse con fuerza

(como ejemplos evidentes

de que esto es cosa muy cierta

está Sunset Boulevard,

está Ha nacido una estrella,

Buenos días, Babilonia,

El guateque,... así pudiera

seguir citando un buen rato).

 

En cambio aquí, en suelo patrio,

nuestra gracia sandunguera

no nos deja ser ecuánimes

y por eso España entera

dice que el cine español

es el mejor del planeta,

que sólo los muy estúpidos

gustan de americanezas

y si tuviera el jurado

algo gris en la sesera

no se nos escaparía

ni el Óscar a la claqueta.

 

Permítanme disentir.

Pues aunque hay obras muy buenas

aquí —como en todas partes—

también hay cosas infectas.

Sólo hay que observar las series

que algún interés encierran:

las americanas dan

a las hispanas mil vueltas.

 

Otra reflexión haré,

—ya puesto— como defensa

de la ficción de los U.S.A.:

¡hemos nacido con ella

nos guste o no!, ¡nos hallamos

acostumbrados a verla!

No es algo ajeno a lo hispano.

A ver, ¿cuántos films recuerdan

sobre el Cide Campeador

en la toma de Valencia?

Pues uno: el de Anthony Mann,

hecho en los años sesenta.

¿Y cuántos films de vaqueros?

Varios cientos de docenas.

Hemos crecido entre indios

pieles rojas, escopetas,

caravanas, ponderosas,

duelos, comanches y flechas.

Ésa es nuestra tradición

y como tal hay que verla.

 

Lo voy a dejar aquí

para permitir que puedan

los lectores opinar

sobre la cosa propuesta.

Tráiganme para mañana

la redacción «Diferencias

del cine español y el otro»

(ya me entienden: el de América).

Escríbanme cien palabras

o, mejor: ciento cincuenta.

No olviden poner acentos

cuando la voz lo requiera.

No lo copien de Internet,

porque luego me doy cuenta

y, al que le pille, le pongo

un cero como una artesa.

 


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