Quisiera hablar de Cantando
bajo la lluvia, zarzuela
americana, hecha en Hollywood,
donde viven las estrellas,
que se encuentra en California,
según se entra, a la derecha.
Tiene un tema metafísico:
la angustia que te penetra
cuando te enfrentas al cambio
con más miedo que vergüenza.
Trata de cuando el sonoro
desplazó a aquella caterva
de actores exagerados,
acompañados de letras
escritas en la pantalla
para que algo se entendiera.
Nos hallamos ante un clásico,
pues la «peli» está bien hecha.
El film tiene buena música,
Cyd Charise, muy buenas piernas,
y el número «Make ’em Laugh»
lo suyo es que te divierta.
Y, por si esto fuera poco,
de seguro que recuerdan
aquel baile del Gene Kelly
en la mojada secuencia
de aquel «Singin’ in the rain»
que rodó —según se cuenta—
con treinta y nueve de fiebre,
con faringitis, diarrea,
tos, mocos, calambres, vómitos,
asma, dolor de cabeza
y un buen número de otras
varias diversas dolencias
asociadas a la gripe
y a la fiebre tifoidea.
(Eso sí que es un actor
y no el Eduardo Noriega.)
Pero si hay una virtud
que recordarles quisiera
(y que en Cantando... aparece
de forma nada polémica)
es que la industria de Hollywood
tiene sus cosas bien puestas
y se atreve a hacerse sátira;
es capaz, de mil maneras,
de reírse de sí misma
y de atacarse con fuerza
(como ejemplos evidentes
de que esto es cosa muy cierta
está Sunset Boulevard,
está Ha nacido una estrella,
Buenos días, Babilonia,
El guateque,... así pudiera
seguir citando un buen rato).
En cambio aquí, en suelo patrio,
nuestra gracia sandunguera
no nos deja ser ecuánimes
y por eso España entera
dice que el cine español
es el mejor del planeta,
que sólo los muy estúpidos
gustan de americanezas
y si tuviera el jurado
algo gris en la sesera
no se nos escaparía
ni el Óscar a la claqueta.
Permítanme disentir.
Pues aunque hay obras muy buenas
aquí —como en todas partes—
también hay cosas infectas.
Sólo hay que observar las series
que algún interés encierran:
las americanas dan
a las hispanas mil vueltas.
Otra reflexión haré,
—ya puesto— como defensa
de la ficción de los U.S.A.:
¡hemos nacido con ella
nos guste o no!, ¡nos hallamos
acostumbrados a verla!
No es algo ajeno a lo hispano.
A ver, ¿cuántos films recuerdan
sobre el Cide Campeador
en la toma de Valencia?
Pues uno: el de Anthony Mann,
hecho en los años sesenta.
¿Y cuántos films de vaqueros?
Varios cientos de docenas.
Hemos crecido entre indios
pieles rojas, escopetas,
caravanas, ponderosas,
duelos, comanches y flechas.
Ésa es nuestra tradición
y como tal hay que verla.
Lo voy a dejar aquí
para permitir que puedan
los lectores opinar
sobre la cosa propuesta.
Tráiganme para mañana
la redacción «Diferencias
del cine español y el otro»
(ya me entienden: el de América).
Escríbanme cien palabras
o, mejor: ciento cincuenta.
No olviden poner acentos
cuando la voz lo requiera.
No lo copien de Internet,
porque luego me doy cuenta
y, al que le pille, le pongo
un cero como una artesa.