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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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La boda del Buddha

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Aunque parezca una falta

de respeto tremebunda,

hemos de incluir aquí

una biografía del Buddha,

un filosofo bastante

famoso que vivió una

vida curiosa en verdad,

que está contada en un sutra

escrito en pali o en sánscrito

y sin levantar la pluma

del papel, cosa de mérito

y difícil, aunque estúpida.

 

Lo que se sabe del hombre

es poca cosa o ninguna:

sólo hay leyendas pensadas

con fantasía mayúscula;

muy bonitas, aunque feas;

muy lógicas, aunque absurdas;

realistas, aunque falaces;

refinadas, aunque burdas;

coherentes, contradictorias

y tan liosas, en suma,

que no hay por dónde cogerlas

y que nos suenan a chunga.

 

Este príncipe nació

muy cerca del Brahmaputra,

que es un río lleno de agua

que pasa por Cataluña

(este dato no está bien:

tendré que hacer más consultas

y mirar la Wikipedia

por si me sirve de ayuda).

 

Desde niño fue empollón:

destacaba en las tertulias

de los sabios de su reino,

se le daba bien la música

y se aprendió de memoria

los Vedas, las escrituras

y la Residencia en la

tierra, de Pablo Neruda.

Hablaba inglés sin acento,

sabía bailar la rumba,

hacer pollo al chilindrón

y recurrir una multa.

 

Cuando el príncipe creció,

le desposaron con una

princesa de por allí,

que tenía una fortuna

(lo cual no está nada mal

y es una cosa segura,

que la juventud se pasa

y, en cambio, las joyas duran).

 

Su padre, el rey, no quería

que alternara con la chusma

y le retuvo en palacio,

con una o con otra excusa.

Y cuando, por fin, salió

a correrse una aventura

vio a un viejo, a un enfermo, a un muerto

—lo que no había visto nunca—

y aprendió que todo el mundo

está lleno de basura;

que si acaricias a un perro,

luego te pican las pulgas;

que muchas rubias se tiñen

y otras se ponen peluca;

que puedes coger catarros

si te mojas con la lluvia;

que, si aparcas mal el coche,

se te lo lleva la grúa,

y que acabas con diabetes

como abuses del azúcar.

Vio que el mundo era el infierno

y la Humanidad, gentuza,

y decidió hacerse asceta,

irse a vivir a la jungla,

y alimentarse tan sólo

con ensaladilla rusa.

 

Dicho y hecho: cogió entonces

lo que guardaba en la hucha,

se preparó un bocadillo,

metió en un bolso dos mudas

y se lanzó a los caminos,

después de darse una ducha,

sin despedirse de nadie,

para ahorrarse una trifulca.

 

Recorrió toda la India,

aunque a paso de tortuga,

sin agobios, pues realmente

no tenía prisa ninguna;

pero jamás regresó

a su reino, por alguna

razón que no se ha sabido

hasta hace poco. Resulta

que se ha encontrado una carta

de veracidad segura

en que el Buddha le escribía

a una amiga íntima suya

que si abandonó su reino

y se marchó a la otra punta

del país fue por librarse

de una situación muy chunga;

porque es que estaba hasta la

coronilla de la bruja

de su mujer, que parece

que era muy fea y muy bruta.

 

Era estrábica perdida,

dientinegra y cejijunta,

con más granos que un risotto,

con abundantes verrugas;

en cuanto al cuerpo, era obesa,

fofa, maloliente, hombruna,

patizamba y pechiausente:

era la fiera corrupia.

Y, por si esto fuera poco,

por desgracia, no era muda

y hablaba como cotorra,

tenía un carácter de furia,

era celosa y cansina,

marimandona y muy burra;

era más mala que un cólico

nefrítico, más obtusa

que un ángulo de doscientos,

más cruel que una denuncia,

más tonta que el Gran Hermano,

más molesta que un reúma,

más basta que el heavy metal

y más terca que una mula.

Si a estas cosas le añadimos

que era chillona y muy sucia

a nadie le extrañará

que se iluminara el Buddha,

que era algo mucho mejor

que estar con su esposa a oscuras.

 


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