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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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El nombre de la rosa

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(Esta narración se debe

a Umberto (sin hache) Eco,

un profesor de semiótica,

que ¡sabe Dios lo que es eso!)

El caso es que la novela

gustó mucho en su momento

y hasta hicieron una «peli»

que dio bastante dinero.

 

«Ahora que soy ancianito

y estoy bastante decrépito

quiero contarles mi historia,

porque si voy y me muero

ya no la podré contar.

Mi nombre es Adso de Melko.

¿Qué puedo decir de mí?

Fui fraile y lo sigo siendo.

Y nunca pensé salirme

de mi orden, pues prefiero

pasarme la vida orando

que hacer de picapedrero.

 

Mi historia trata de crímenes,

robos, mentiras, incendios,

laberintos, manuscritos,

abades y cillereros,

inquisidores, verdugos,

herejes y majaderos.

(Me temo que he destripado

casi todo el argumento

antes de empezar siquiera

a hablarles de fray Guillermo.

Como no me dé más prisa

estamos aquí hasta enero.)

 

Pues el caso es que llamó

el abad de un monasterio

a fray Guillermo de Bas-

kerville, un inglés muy serio,

alto, chupado, delgado,

(en fin: un saco de huesos)

para ejercer el oficio

de Hercule Poirot del convento,

de Sherlock Holmes franciscano,

de Chuck Norris del Medioevo.

Yo fui su ayudante entonces:

vi al gran hombre desde dentro,

le lavé los calcetines,

compartí con él mi queso,

heredé su par de gafas

y le ayudé en el misterio

del robo del manuscrito...

Pero otra vez me estoy yendo

de la lengua, adelantando

cosas que pasaron luego.»

 

Como el narrador se cansa

porque está bastante viejo

sigo contándoles yo

aquel asunto tremendo.

Resumiendo, que es gerundio:

Un fraile bastante bello

aparece asesinado,

luego otro, ¿se llama Bencio

el primero o el segundo?

(Creo que me estoy confundiendo.)

Luego matan a un tercero,

después del tercero, al cuarto,

y luego al quinto y al sexto.

No se sabe quién ha sido,

que el asesino es discreto.

Todo apunta a que el motivo

del escabechinamiento

es un manuscrito antiguo

escrito en idioma griego

sobre un pergamino en tela,

no sé si tergal o fieltro.

 

Para resolver el caso

tienen que meterse dentro

de la inmensa biblioteca

que está más fría que el hielo,

donde hay ratones y moho

y un mal olor del infierno.

Además, es laberíntica

y sin un plano completo

del sitio donde te encuentras

tu futuro está muy negro,

porque no sales ni a tiros

de aquel sitio tan siniestro.

Y encima de los estantes

arden unos pebeteros

donde se queman mil hierbas

que te trastocan el seso

y te hacen ver cosas raras:

monstruos, dragones y elfos,

curcios, porfulios, cestones,

argonichos, panderetos,

trifos, pelurcios y frascios,

sierpes, brujas e ingenieros.

 

Pero descubren al fin...

¿Quién? Pues Adso y fray Guillermo.

¿De quién estamos hablando,

señor mío? Pues de ellos.

Ellos descubren —decía—

un escondrijo secreto

donde un monje guarda el libro

por el que todos han muerto.

(Hace falta ser cretino:

yo veo la «tele» y no leo

y mi vida no peligra.)

Pasan muchas cosas luego

y en el final se produce

un atroz enfrentamiento:

por un lado el Sherlock-cura

y por el otro el artero

monje censor, que prefiere

devorar el libro entero

antes de que otros lo lean.

Se lo come. ¡Buen provecho!

 

Pero como va y resulta

que hay en el libro un veneno

—destinado al que se chupe

de vez en cuando los dedos

para pasar cada página—

pues acaba patitieso.

Y el manuscrito valioso

que era parte de un compendio

escrito por Aristóteles,

Platón o alguno de ésos,

desaparece del todo

en un estómago hambriento.

Y, por si esto fuera poco,

Adso inicia un torpe intento

de apoderarse del libro

y produce un gran incendio

al darle un codazo a un cirio,

por lo que salen ardiendo

cien mil libros y una gaita

escocesa que le dieron

como regalo al abad,

quien la guardaba allí dentro.

 

Unos mueren, otros huyen;

otros se queman los pelos

intentando llevar agua

para así apagar el fuego

(que es sistema patentado

que se emplea con acierto

desde el periodo neolítico,

de cuando data el invento);

otros van a las cocinas

a tomarse un refrigerio;

otros muchos se dedican

a un piadoso lloriqueo

por los tesoros perdidos;

otros juran en hebreo

y buscan al responsable

para atizarle de lleno.

 

Guillermo y Adso, prudentes,

hacen un mutis discreto

y se toman unos días

de vacaciones y asueto

en una playa cercana

donde se ponen morenos.

 


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