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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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El teatro actual

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Los primeros años del siglo XX conocieron en España a toda una pléyade de comediógrafos geniales y absolutamente cachondos que hicieron del humor su emblema y su bandera: Arniches, Muñoz Seca, García Álvarez, Paso (padre) y muchos más. Eran prolíficos y generosos con sus gracias y situaciones.

Y generosos con otro elemento que quiero destacar: con los actores y sus familias. Porque entonces las compañías eran estables en cada teatro. Y si en alguna obra no había papel para un actor, éste se «quedaba en el cuarto» durante meses y, ¡claro!, sin cobrar. Y sus familias pasaban penurias. Para evitar esto, aquellos autores —muchos de ellos olvidados y otros menospreciados— elaboraban deliberadamente comedias con muchos personajes. Escribían papeles «para todo el mundo» para que nadie se quedara sin comer en aquellos difíciles años en que no había «estado del bienestar».

Cuento esto a modo de introducción, para comparar aquella situación con ésta por la que atraviesa hoy el teatro humorístico «made in Spain», dominado por la tacañería económica y artística.

     Porque tacañería es lo que hay (desengañémonos) detrás de las Cinco cosas.com que son el pan nuestro de cada día. Esta fórmula... ¡es de un barato! Cinco actores, cinco actrices, cinco actoris o cinco lo que sea. Sin montaje especial; sin casi sueldos (olvidemos a las primeras figuras; preguntémosle a un actor de reparto o a uno que empieza qué sueldo diario tiene y nos espantaremos); sin escenografía, con unas sillas que ya estaban en el teatro; sin gastos en los desplazamientos a provincias. Por poca gente que vea estos espectáculos, son lo más rentable que se ha inventado desde el bululú (esa variedad teatral renacentista en que un único actor interpretaba todos los personajes y barría luego el estiércol alrededor de su tablado).

De ahí su profusión. De ahí la abundancia de obras de este tipo que hemos visto y nos quedan aún por ver.

(Es el mismo procedimiento del teatro de vanguardia de las salas alternativas. Escenografía: la cámara negra. Utilería: un martillo, tomado prestado al tramoyista que no ha tenido nada que hacer. Vestuario: el que buenamente traiga el actor de su casa. Esfuerzo: mínimo, pues la obra sólo dura cuarenta y siete minutos. Más ahorro.)

Racanería también mental, porque eso no es teatro, sino mera yuxtaposición de monólogos, tipo «Club de la comedia». Yo no tengo nada contra los monólogos, pero son otro género e, indiscutiblemente, menor. Claro que puedes subirte a un escenario y estar dos horas contando chistes. Eso es loabilísimo, pero no es teatro: es espectáculo destinado a salas de fiestas. A mí, como amante del teatro, me duele ver a Lope, a Benavente o a Buero Vallejo substituidos por Buenafuente (o los que les escriban los monólogos a Buenafuente) o por el Gran Wyoming (o los que les escriban los monólogos al susodicho, que seguro que son varios). Creo que todo es parte y síntoma de esa tendencia postmoderna a hacerlo todo por la vía más fácil.

¿Y qué me dirán ustedes de la creatividad de tales yuxtaposiciones escénicas? ¿Qué decir del supremo hallazgo humorístico consistente en decir que las mujeres conducen bien, pero raro? ¿Qué decir del magnífico rasgo cómico consistente en insistir en que los hombres no levantamos la tapa del retrete antes de usarlo? ¿A qué se debe esa proliferación de humor sexista malo, francamente tolerado e hasta impulsado y respaldado por todos? Como no discriminemos mejor a qué espectáculos damos nuestro respaldo como público, el siguiente paso de nuestro teatro será la mera escenificación de aquellos chistes en los que aparecían un alemán, un francés y un español, intentando demostrar lo tontos que eran los demás.


 


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