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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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Escritores pluriempleados

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Triste reflexión sobre el más ingrato de los oficios


          Señores: la literatura no da para vivir, créannos. Si alguno pensaba dedicarse a ella y escribir sin que le cortasen la luz por falta de pago, que desista de inmediato.
          Para aquellos que hemos elegido esta vida y que ya nos la han cortado (la luz), no hay marcha atrás y solo nos resta el insuficiente consuelo de pensar que los autores famosos no lo pasaron mucho mejor en el pasado, como suele pasar. Tanto es así que todos tuvieron que desempeñar oficios paralelos para ganar lo suficiente como para sobrevivir vivos sin morirse muertos.
          Ofrecemos una relación de grandes escritores pluriempleados.

Jack London, novelista y buscador de oro
Este estadounidense aunque bizco novelista autodidacta fue vagabundo, marinero, periodista, obrero de fábrica, ostrero y patrullero. Y, lo que es más difícil, ejerció todos estos oficios simultáneamente, por lo que su jornada laboral resultaba algo complicada.
En 1897, sin embargo, abandonó todo aquello para unirse a la fiebre del oro en la región del Klondike, en el Canadá. Su vida como buscador orífero (¿se dice así?) no fue excesivamente satisfactoria, si se considera que no solo no encontró tal metal en absoluto, sino que, además, se puso malísimo y perdió varios dientes. Tuvo la alegría de ver morir a muchos de sus compañeros, que no pudieron soportar las extremas condiciones de aquella vida (se entiende que de lo que tuvo la alegría fue de no haber sido él quien se muriera).
          London decidió rentabilizar literariamente sus aventuras y así surgió su primer relato: una bonita historia sobre un ingenuo minero que muere congelado al ser totalmente incapaz de hacer una hoguera. El resto de sus cuentos, lamentamos decirlo, era más triste que ese.

Rubén Darío, poeta y cónsul
Al célebre poeta Félix Rubén García Sarmiento, (hermano de la no menos célebre María Sarmiento (desaparecida en circunstancias misteriosas), se le conoció como Rubén Darío y fue sin duda el máximo exponente del movimiento modernista, mientras no se demuestre otra cosa.
          Su poesía nunca le proporcionó ganancias suficientes para tomar más de un croissant en el desayuno, por lo que recurrió a sus contactos para asegurarse empleos públicos de esos en los que cobras por no hacer nada. Gracias a su condición de nicaragüense, le nombraron cónsul honorífico de Colombia en Buenos Aires, lo que no nos acabamos de explicar. Como el sueldo tampoco le llegaba, se dedicó a escribir artículos para periódicos rioplatenses a tanto el adjetivo, ¿viste?
          En 1910 viajó a México como miembro de una delegación y llevando consigo dos periquitos muy simpáticos y que sabían decir muchas cosas; pero a Porfirio Díaz, el dictador mexicano, no le gustaba nada la poesía, por lo que se negó a recibirle y allí finalizó la carrera diplomática de nuestro hombre.

Unamuno, filósofo y rector
El escritor y pensador Miguel de Unamuno fue uno de los puntales indiscutibles de la Generación del 98 y subcampeón mundial de papiroflexia.
A juzgar por la actividad que desarrolló en la universidad y la política, Unamuno no tuvo tiempo para hacer ninguna otra cosa en su vida, lo que hace suponer la existencia de un «negro» que le escribía los libros.
Fue Rector de la Universidad de Salamanca, pero le destituyeron por razones políticas. Le nombraron de nuevo Vicerrector, pero Primo de Rivera le destituyó de nuevo. La República le restituyó y al final, ya mareado de tanto ajetreo, abandonó la actividad docente, sin poder evitar que le volvieran a nombrar Rector vitalicio, creando una cátedra con su nombre (un puesto que no cobraba él, sino otro profesor advenedizo que no solo era más joven que Unamuno y tenía más éxito con las mujeres, sino que, además, no había leído ningún libro del filósofo vasco ni tenía la más mínima intención de hacerlo).
Las peripecias laborales de Unamuno no acabaron ahí, puesto que al iniciarse la Guerra Civil, Azaña le destituyó de su puesto de rector vitalicio y, al poco, el gobierno de Burgos le repuso de nuevo en el cargo, con lo que al fin de sus días Unamuno no estaba muy seguro de su seguía siendo el rector de algún sitio o si ya no lo era.

Tirso de Molina, sacerdote y autor teatral
Tendría que hablarse de él al revés, como de un escritor que adoptó la profesión del sacerdocio, porque en ella era en la que de verdad ganaba dinero.
El sacerdote mercedario Tirso de Molina escribió entre trescientas y cuatrocientas comedias que le quitaron mucho tiempo que podía haber dedicado a otros menesteres. Parece ser que, debido a esta circunstancia y quizá también a que pasó gran parte de su vida retirado en un monasterio, no tuvo novia regular, por lo que dejó escasa descendencia.
          Su oficio dramatúrgico y comediográfico proporcionó bastantes disgustos a Tirso. Sus superiores le castigaron repetidamente con diversos destierros y no dejándole ir a las excursiones campestres que organizaba la Orden. El Conde-Duque de Olivares llegó a pedir su excomunión por escribir comedias profanas y con malos ejemplos, puesto que en ellas había muchas mujeres vestidas de hombres y, lo que era peor, había también muchos viceversas.

Alfonso X, poeta y rey
Alfonso X de Borgoña, llamado el Sabiono por mérito suyo sino por demérito de sus predecesores, compaginó sus divertidas actividades artísticas y académicas con el tostón de ser rey de Castilla y León a tiempo completo.
(Los reyes que precedieron a este monarca fueron Alfonso VII el Lerdo, Sancho III el Corto, Alfonso VIII el Zote, Enrique I el Panoli, Doña Berenguela la Obtusa y Fernando III el Torpe, (solo que, ¡claro!, estos motes no se los decía a la cara nadie —y sus cronistas mucho menos—, por lo que no han pasado a la historia).
Como monarca su actuación resultó un tanto ambigua, con aciertos y desaciertos. Con su desafortunada medida de fundar la Escuela de Traductores de Toledo, que vertió al castellano la mayor parte de las obras del saber antiguo y de su época, obligó a leerlas a muchos que se venían librando de hacerlo con la excusa de que estaban en lenguas desconocidas. Sin embargo, hizo mucho bien a sus súbditos al adoptar el castellano como lengua oficial del reino y desaconsejar el uso del latín.

Voltaire, pensador y rentista
          François Marie Arouet, más conocido como Voltaire, tuvo el mejor oficio que se conoce, pues vivió siempre de las rentas de sus tierras. Se instaló en una amplia propiedad en Ferney, en Suiza, y allí ejerció de terrateniente, disfrutando de los beneficios que le entregaban los arrendadores de sus campos y pasándose el día tumbado «a la Barthélemy», como decían por allí.
Su sentido de justicia social y de solidaridad con el pueblo llano le llevó a hacerles prestamos a diversos aristócratas, cobrándoles unos intereses altísimos. Tenía ideas republicanas, pero como era muy tolerante no puso objeciones a recibir pensiones de diversos monarcas. Fueron estas sumas y no los pigres beneficios de sus escritos las que le permitieron gozar de una existencia casi principesca.






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