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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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2002: UNA ODISEA DEL ESPACIO

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Hoy les cuento 2001,
una odisea del espacio,
basada en El centinela,
un prodigioso relato
de Arthur C. Clarke, ese experto
de lo cienciaficcionado.

La cosa empieza al principio
con un tinte darwiniano
y unos monos muy astutos
aprendiendo a dar un palo
al vecino con un hueso,
que se convierte muy rápido
en estación espacial
sita, ¡claro!, en el espacio
y que está llena de armas
como bien imaginamos.

¿A qué reflexión incita
este milenario salto?
Está claro: que en milenios
de evolución y gazpacho
el hombre sólo ha aprendido
a zurrar a todo pasto
y a armarse para chafar
al que esté en el otro bando.
El resto es algo superfluo
y no hace falta contarlo.

Segunda genialidad
que en esta historia encontramos:
hay en la luna una cosa
desde hace un porrón de años
y no la han hecho los hombres:
es algo interplanetario.

¿Conque resulta que el hombre
no está solo en el espacio?
¿Conque hay otra gente ahí fuera?
¿Conque son mucho más sabios?
Así, el antropocentrismo
queda al momento hecho cachos.
Nuestra ciencia está en pañales.
Y aún hay otro corolario:
que todas las religiones,
las fes y los credos varios
que dicen que el hombre es
el centro de lo creado
hacen, de una vez por todas,
un ridículo sonado.

En el siguiente capítulo
una nave va a algún lado
y sus vagos tripulantes
pasan los años roncando.
Hete aquí que se despiertan
por un método automático
y al computador de a bordo
(que siempre les ha hecho caso)
se le ocurre amotinarse
por ver a qué sabe el mando.
Y como es mucho más listo
que todos los astronautos,
hace un rato lo que quiere
hasta que es desenchufado.

¿Qué nos enseña a nosotros
en esencia este pedazo
de cuento? Que todos quieren
ser los amos del cotarro
y que, por más que pensemos
que estamos civilizados,
hombre, máquina o tomate,
—seamos lo que seamos—
todos queremos mandar;
y el medio en que lo logramos
es usar contra el vecino
todos nuestros megavatios.
Por la fuerza nos ungimos,
por la fuerza destronamos;
si el que manda no nos gusta
le hacemos trizas el cráneo.
Así era en la prehistoria
y mucho no hemos cambiado.

Ya llegamos al final,
que es un trozo complicado
de argumento psicodélico
al estilo de Andy Warhol.
La nave se acerca a Júpiter
y allí pasa algo muy raro.
El astronauta ve cosas
que le dejan mareado:
ve a un niño estelar; también
se ve a sí mismo, de anciano;
ve un salón casi sin muebles,
todo pintado de blanco.
En fin, ¿para qué cansar?,
parece que se ha tomado
algo de ácido lisérgico
y que el hombre está flipando.

¿Y cómo se explica esto?
(Ahí es donde me han pillado,
porque es que ni yo lo entiendo.
Mas como hay que decir algo
me inventaré un simbolismo
para así salir del paso.)

Pues el sentido, señores,
yo diría que está muy claro:
y es que hay cosas en el mundo
que, por más que las pensamos,
no podemos entenderlas;
es el misterio primario,
el enigma primigenio,
lo oculto, el ignoto arcano
de la esencia de este cosmos,
lo inefable, el negro manto
que cubre los mil niveles
de realidad de los actos
del universo, es el tiempo
que trasciende nuestros años,
el efluvio de lo etéreo,
el sentido de lo vago,
el numen de lo invisible,
el Ka y la sota de bastos.



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