La diosa de la Discordia,
que se hallaba muy molesta
por no haber sido invitada
a un bodorrio que hubo en Grecia
(a las bodas de Peleo),
quiso armar la trapatiesta
mayor que vieron los siglos.
¿Qué hizo, la muy puñetera?
Pues se presentó al banquete
y arrojó sobre la mesa
una manzana de oro
fulgurante y eutrapélica,
apetecible y carísima
para honrar a la más bella
entre las damas que estaban
allí, comiendo croquetas.
Ya ustedes comprenderán,
queridos lectores, que esa
acción tuvo su reacción
—como Newton nos comenta—
y que todas las presentes
(como es costumbre en las hembras)
quisieron ser la elegida
para que así les tuvieran
sus amigas mucha envidia,
porque esa es una tendencia
que no cambia con los climas,
las culturas ni las épocas
e igual se da en Nueva York
que en Vladivostok o en Creta.
Entre las divinidades
Entre las divinidades
que acudieron a la fiesta
estaba la Diosa Madre
y esposa de Zeus, Hera;
tampoco falto Afrodita,
que era la mar de coqueta
por ser diosa del amor,
y, por supuesto, Atenea,
la diosa intelectual,
aunque sin las gafas puestas,
y otras diosas de segunda
división, un largo etcétera:
Artemisa, Estigia, Iris,
Hebe, Perséfone, Rea,
Niké, Némesis, Selene,
Massiel, Anfítrite, Gea,
Deméter, MadameCurie,
Hécate y Belén Esteban.
Las tres diosas principales
Las tres diosas principales
por la manzana pelean
y una gran metamorfosis
las convierte en verduleras
temporales que se arañan
y se tiran de las greñas.
Viendo el follón que provoca
el concurso de belleza
para la gloria de ser
elegida «Miss Helénica»
de aquel año (que creemos
que era el Año de la Pera),
Zeus se lleva, preocupado,
las manos a la cabeza
y decide poner paz
de alguna forma. Le ordena
a París que haga de juez
y que apacigüe a las fieras,
otorgando la manzana
a aquella que esté más buena.
El tal París (por si alguno
El tal París (por si alguno
no lo sabe, que pudiera
muy bien pasar) es un príncipe
troyano, tonto y guaperas.
Se aproxima a las tres diosas
para mirarles las… (¡Epa!
No está bien ser tan explícito
en la exposición del tema,
que este verso es tolerado
para menores). Les echa
una mirada precisa
para irse haciendo una idea.
Hera, ansiosa por tener
Hera, ansiosa por tener
en su poder la reineta
(que era de esa variedad
la manzana de la gresca),
se dispone a sobornar
al juez con toda su jeta.
Le promete al principito
que le dará lo que quiera:
riqueza, inmortalidad,
un sillón en la Academia,
un imperio en que mandar,
o un chalet en Torrevieja.
Atenea, por su parte,
Atenea, por su parte,
en cuanto que se da cuenta
del chanchullo de la otra,
dice que ella no se queda
atrás y también le ofrece
a París la inteligencia
(que buena falta le hace,
porque el pobre no es un Séneca
ni de lejos; es más bien,
¿cómo decirlo?, una mezcla
homogénea en forma humana
de diputado y de bestia).
Ella no se va a quedar
sin el premio, ¡qué puñetas!,
que si la manzana es símbolo
de ser la más estupenda,
ella lo quiere ganar
y recibirlo en bandeja.
Ya solo queda Afrodita,
Ya solo queda Afrodita,
que las diosas subalternas
que antes hemos mencionado
ante estas tres nada cuentan.
La diosa de los amores,
tras desnudarse, se acerca
con sensualidad a París,
le abraza y se lo merienda.
Si hay algún premio en manzanas
tiene que ser para ella.
Para asegurarse bien
Para asegurarse bien
de que el príncipe no yerra
a la hora de elegir,
Afrodita, la muy pécora,
le promete los amores
de la hermosísima Helena
(esposa de Menelao,
un rey de la Magna Grecia),
que, según dicen los bardos,
estaba muy suculenta.
Ante tales incentivos,
Ante tales incentivos,
París pica. No sospecha
ni de lejos, el muy bobo,
que su ligue con la griega
dejará a Troya hecha cisco
en una guerra sangrienta.
En aquel momento, el pobre
infeliz tan sólo piensa
en lo débil que es la carne
ante el sexo que deleita.
¿Qué hará? Coge la manzana
—que pasará la leyenda—
y se la entrega a Afrodita
(llamando a las otras feas
de una forma muy implícita
al no elegirlas). ¡No vean
ustedes la que se armó!
Hubo tortas epopéyicas
y las diosas se arrearon
las bofetadas a espuertas.
París, asustado, escapa
París, asustado, escapa
para salvarse de aquellas
señoras de rompe y rasga,
tan ansiosas y avarientas
que por tener una fruta
(aunque simbólica) eran
perfectamente capaces
de hacer cualquier cosa horrenda.
Si esta historia que contamos
Si esta historia que contamos
tiene alguna moraleja,
si se puede aprender algo
de París y de su prueba,
es que los premios desatan
el lado atroz de las féminas
y no hay mujer que renuncie
a la menor bagatela,
lo cual es hecho probado
y al que no hay que darle vueltas.
Y, si por azar, los dioses
te ponen en el dilema
de elegir a quién le das
premios, ya sea en pesetas
o en manzanas, lo que hay
que hacer es salir por piernas,
corriendo, y no detenerse
hasta llegar a Palencia.