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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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Pierre de Coubertin

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          Antecedentes.— El marqués de Coubertin fue un señor que quiso pasar a la posteridad por poner de moda alguna cosa y al que no se le ocurrió nada mejor que retomar los Juegos Olímpicos de la Hélade. A mí me parece muy bien que se juegue a todo lo que se quiera, pero preferiría que se jugara en otro lado —en otro país, se entiende— si, para hacerlo, hay que construir cosas muy caras. Por ello aprovecho la libertad que te da el papel en blanco para plasmar en él mi impopular opinión.

 

Si yo tuviese millones

para gastar a mansalva

—tras dar seis vueltas al mundo

montado en una piragua—,

contrataría a una agencia

que montara una campaña

cuyo objetivo sería

rechazar las Olimpiadas,

convencer a mis conciuda-

danos de que es gran chorrada

gastarse el dinero en pre-

tender dejar remozada

a una ciudad tan carente

de mil cosas necesarias

como pasa con Madrid,

capital de las Españas.

 

Yo no me opongo al deporte.

Quien quiera ponerse cachas

con los anabolizantes,

correr metros, saltar vallas,

lanzar martillos, jugar

al ping-pong, meter canastas,

bailar tangos con un aro

o lo que sea que hagan,

yo lo apruebo, siempre y cuando

lo hagan gratis y en su casa.

 

Empero, si ha de gastarse

todo lo que hay en las arcas

municipales y mucho

más, quedando entrampada

la ciudad hasta el dos mil

cien, sólo por las ansias

de esos políticos nuestros

de ganarse así la fama

que no consiguen haciendo

buena gestión ciudadana,

entonces voy yo y me opongo

rotundamente y con ganas,

y detallo mis razones,

dejando las cosas claras.

 

Dicen que se beneficia

la ciudad con esa panda

de deportistas. Es una

mentira como una casa.

Sólo medran los hoteles

y quienes tienen contratas

de caterings y transportes;

los demás no ganan nada.

Se gastan muchos millones

alegremente y sin tasa

construyendo infraestructuras

que serán abandonadas

al poco que finalicen

los juegos: cosa es probada,

que ha pasado en otros sitios,

desde Munich hasta Atlanta.

La persona que lo niegue

miente como una bellaca.

 

Bueno: al menos un estadio,

un puerto para regatas

u otras cosas de ese estilo

quizá pueda utilizarlas

alguno en otra ocasión.

Pero la gran millonada

que se gastan en informes,

en expertos, propaganda,

en viajes subvencionados

y otras cien mil zarandajas

es un despilfarro enorme

y es algo que clama al alma

cuando oímos a diario

que hay gente que vive en cajas

de cartón en plena calle,

que otros comen dietas blandas

sacadas de las basuras,

que hay gran escasez de camas

en los hospitales públicos,

que pese a que son muy largas

allí las listas de espera

más médicos no contratan,

que se reducen ayudas

a las personas ancianas

que viven solas, que cortan

—como si no hicieran falta—

las becas de comedor

y que los próceres pasan

del bienestar ciudadano

olímpicamente. (¡Vaya!

También así son olímpicas

las gentuzas que nos mandan.)


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