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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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Títulos varios 1

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La generala

           Un rey en el exilio se da la gran vida a costa de la pensión millonaria que le pasa inexplicablemente el país del que le echaron. Entre champaña, bacarrá, teatros, coristas, partidos de tenis, caviar del Volga, ostras de Orcachón y excursiones campestres, el príncipe se gasta la pasta y, además, no deja de quejarse de que se aburre. Entonces, para divertirse, seduce a una actriz que no se había metido con nadie. El rey, su padre, le dice en un esclarecedor cantable, que no se apure si tiene hijos, porque «él no va a tener que mantenerlos» (sic).

 

 El conde de Luxemburgo

           Una actriz trepadora quiere casarse con un príncipe ruso para sacarle los cuartos. Como quiera que para la boda tiene que ser noble, se casa antes (de mentirijillas) con el conde del Luxemburgo, para ser condesa, divorciarse luego e irse con el príncipe. El conde, que no tiene ni un louis, se presta a venderse sin pensárselo dos veces. El príncipe sabe que su novia es una trapisondista, pero también transige, porque ella está buena y él, al fin y al cabo, piensa pegársela con alguna rusa complaciente nada más casarse.

 

 La dogaresa

           En Venecia, un Dux lascivo se quiere ayuntar (durante un rato nada más) con una casta señorita que, a su vez, está enamorada de un tenor imbécil. El Dux encierra al tenor (que, aparte de ser cretino, no tiene culpa de nada) y le condena caprichosamente a muerte para quitarle de en medio. La chica entonces seduce a un bufón jorobado que la ama y le convence para que haga algo para salvar a su galán. Como suele darse una amnistía a los presos si el Dux muere, el jorobado se lo carga tranquilamente durante una procesión de esas que no se acaban nunca. Así que, al final, el pobre jorobado es ajusticiado por asesino y la chica se va con su novio sin ni siquiera darle las gracias al otro pringado.

 

 Los gavilanes

           Un indiano ya talludito —y que se ha forrado a base de darles latigazos a los indígenas americanos allá en su hacienda— vuelve a su pueblo natal con la intención de beneficiarse a todas las chicas guapas de su lugar (y a las feas también, pues el hombre no tiene remilgos). Los habitantes del pueblo se ponen muy contentos con la posibilidad de sacarle los cuartos de todas las maneras posibles. El argumento va cambiando aparentemente, pero el quid de la cuestión es uno: cuántas perras le costará al indiano conseguir su propósito.

 

La rosa del azafrán

           Una terratenienta —entradita en años y que lleva soltera desde el advenimiento de la Primera República — está enamorada de uno de sus gañanes y, al mismo tiempo, le desprecia, porque es inclusero y no se sabe de sus padres. Además, es una mujer superficial que está siempre pendiente de la opinión de los vecinos, así es que duda y no consigue decidirse a invitarle a tomar café con ella una noche cualquiera. Él, para no perder la posibilidad de casarse con la rica, miente como un bellaco y se inventa unos padres postizos, con lo que al fin la boda se celebra. Las gentes del lugar saben que todo es mentira, pero miran para otro lado y no dicen nada, porque son hipócritas y porque tampoco quieren ponerse a mal con el ama, que es quien da trabajo a los braceros del pueblo.


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