Los tripulantes de la nave espacial «USS Enterprise», que tantas emociones nos brindaron años ha, eran unos auténticos pringados, que vivían en su lugar de trabajo. Así es que no importa que el capitán Kirk ligara mucho o que Mr. Spock fuera muy listo: eran pringados.
La nave era un modelo NCC-1701 (esperen... ¿o era el modelo 1702?; no estoy seguro, por lo que tendré que consultar el libro de Moster Foster: The Complete Reference Book of Stupid Data, Oxford University Press, 2003). Aunque, en realidad, entre un modelo y otro no había más diferencia que la calidad de los cromados, que en el segundo modelo era ella peor (la calidad) por ser ellos más baratos (los cromados). La nave la habían construido en los Astilleros San Francisco (no la ciudad, que para entonces ya había sido destruida 763 veces por sendos terremotos) sino una estación orbital. Recuerden que estamos hablando del año 2245, cuando Madrid logró finalmente albergar los Juegos Olímpicos.
La nave (no hagan nunca esto que acabo yo de hacer: nunca empiecen varias frases seguidas por la misma palabra, pues denota una falta de imaginación atroz.) La nave —decía yo— medía 288 metros de longitud, 125 de anchura y 7,25 de altura (un poco baja para tener varios pisos, ¿no creen? La coma debe de estar mal puesta) y se le calculaba una masa de 500.000 toneladas o de 978.546, según se hiciese bien o mal el cálculo.
Su tripulación constaba siempre de 450 personas, menos las dos que morían inmediatamente siempre que bajaban a un planeta. Dónde reponían a sus efectivos para seguir teniendo 450 personas en la película siguiente es algo que nunca se ha desvelado. No se sabe mucho de la vida social de sus tripulantes en sus hogares de origen. Probablemente ninguno de ellos se hablaba con la familia, por motivos inconfesables, por lo que podían dedicarse a meter sus narices en la galaxia, ¡que también son ganas de llevarse sorpresas!
Bajo su aparente bonhomie todos llevaban una actividad bélica continua que hacía pensar en una Federación de Planetas esencialmente militarista y un tanto láser-fascista.
La nave (¡y dale!: otra frase que empieza igual...) pese a ser realmente una casa-cuartel no era en absoluto un lugar desagradable, si no te disgustan las sillas funcionales escandinavas, de esas cuyos ángulos se te clavan siempre que te sientas. Era limpia, moderna y no carecía de espacios de ocio en donde jugar al ajedrez trepador (donde las piezas subían físicamente de nivel), aunque nunca vimos los retretes, lo que nos inducía a pensar que el futuro implicaba la extirpación de la vejiga urinaria y su substitución por un servo- mecanismo que procesaba los líquidos sobrantes in situ.
Sus habitantes (los de la nave, ¡claro!) parecían estar a todas horas trabajando o bien de guardia, como correspondía a su status militar. Si Spock, Kirk, Bones, Uhura, Sulu, y Checkov siempre coincidían en el puente cuando se topaban con una nave de reptiles malos, ¿quién manejaba el cotarro cuando todos los mencionados dormían? Gene Roddenberry (el productor) se llevó el secreto a la tumba. (¡Ah! ¿Que el tal Gene no ha muerto aún? ¡No hay justicia en este mundo!)
La información que he encontrado en el libraco de Foster (op. cit. pp. 45-48) asegura bajo palabra de honor que en la nave cada día hay torneos de mus galáctico, celebraciones de cuatro o cinco cumpleaños, una comedia escolar y al menos un nacimiento, pues estamos hablando de una tripulación con familias biparentales (las otras familias no solían pasar los tests de admisión para ser ciudadanos de la Confederación de Planetas, lo que nos da una idea de lo que será el futuro).
La nave tenía 42 cubiertas y literalmente miles de habitáculos individuales, decorados todos de forma minimalista (barata), por no decir algo peor. Las cubiertas 10 y 12 albergaban las salas comunes y de entretenimiento. Sus protagonistas se pasaban la vida en el puente de mando y en la enfermería. Todos los pasillos y ascensores parecían iguales y a dos tercios de la tripulación nunca teníamos ocasión de verlos, porque estaban durmiendo.
Las puertas se abrían mediante una célula fotoeléctrica que curiosamente se comercializó durante los años en que se rodaron las primeras películas de la saga. ¡Lástima que los científicos no consiguiera inventar también sus transportadores de moléculas, para que pudiéramos transportar bien lejos a algunos de nuestros parientes más latosos!