La acción de este melodrama (el drama de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw y el melo del maestro Federico Moreno Torroba) se desarrolla en la capital de España desde Felipe II, concretamente en la plazuela de San Javier, que es más grande en el escenario que en la realidad. (En la plazuela de verdad no cabrían todos los personajes que salen a escena, mucho menos los coros.)
Allí vive Luisa Fernanda en una casa de renta antigua (esto sucede en 1868, hace un montón de años, así es que imaginamos que entonces todas la rentas eran antiguas). La joven (porque el personaje es joven, aunque la tiple casi nunca lo sea) se priva por los uniformes, por lo que está enamorada de Javier, un militar de esos que llevan una guerrera por la que solo meten un brazo y dejan que el resto les cuelgue de cualquier manera. (Imaginamos que esto es una costumbre puesta de moda por esos seres dubitativos que no acaban de decidir si tienen frío o tienen calor y optan por un término medio.)
Pero Javier cada vez está más harto de LF (la llamaremos así para abreviar) y solo aparece por la plazuela para flirtear con la duquesa Carolina, que también vive allí: una mujer muy monárquica, no porque la reina le caiga especialmente bien, sino porque se huele que en una república tendría menos privilegios y le iría peor.
Con ese afán tan desagradable y marimandón de controlar las vidas ajenas, toda la gente de la plaza está emperrada en que LF atienda los requerimientos de Vidal, un hacendado extremeño que en sus dehesas tiene muchos cerdos y muchas bellotas, y se dedica al negocio de ocuparse de que los unos se coman a las otras, lo que le ha hecho inmensamente rico. Tiene también muchos años y está con un pie puesto ya en la vejez y empezando a levantar el otro. Pero LF le dice al rústico que ama ya a un hombre y que no se haga ilusiones, porque ella es de una dama de corte y lo dedicarse de por vida a la matanza del gorrino pues... como que no.
Vidal decide enfrentarse a su rival y como se figura que Javier es monárquico, él se hace liberal. Pero al poco rato alguien le cuenta que el militar va a abrazar la causa liberal, con lo que Vidal decide en un segundo hacerse él monárquico, solo por llevar la contraria. (Las lealtades políticas de muchos españoles han sido históricamente de esta índole y no han faltado gentes dispuestas a hacerse demócratas de la noche a la mañana. Algunos de ellos ya lo eran a las doce y cinco.)
Pero la acción vuelve a dar un giro: la duquesa Carolina se deja manosear un poco por Javier y consigue volverle a convertir a la causa monárquica. En cuanto Vidal se entera de ello, ¿qué hace? ¡Lo han adivinado ustedes! Se hace liberal otra vez. Estos altibajos ideológicos resultan tan mareantes que LF cae desmayada al final del acto.
Continúa la historia y nos trasladamos (en carro de mulas) al paseo de la Florida, cerca de la ermita de San Antonio, que está a rebosar de jovencitas rezándole al santo para que les consiga novio, porque hay escasez de mozos casaderos, debido a las guerras carlistas y a la inapetencia hacia las mujeres de un importante sector de la población masculina.
La amartelada pareja de Javier y Carolina aparece por allí para tomarse unas horchatas en el puesto de bebidas del Bizco Porras, que tiene un primo en Alboraya que le hace un importante descuento. Allí se topan de bruces con LF y Vidal que, como corresponde a su carácter de personajes del pueblo llano, no toman horchata, sino que han optado por la zarzaparrilla.
Suceden sucesivamente varias escenas de celos, coquetería y hasta cocotería por parte de la duquesa, que se le insinúa a Vidal con un descaro espantoso y digno de mejor causa. Al gorrinero no le seducen los otoñales encantos de la aristócrata y le dice literalmente «¡Nanay y moscas tres!», porque ya lleva tiempo viviendo en Madrid y se le ha pegado la chulería.
Javier, por su parte, es bastante moro y no aguanta que LF se siente con Vidal, por lo que arma un escándalo importante. LF rompe su compromiso con el militar y rompe también (sin querer) un abanico precioso que llevaba, regalo de una prima suya de Cuenca.
Para darse el gusto de humillar a los hombres —y, de paso, sacarse algunos reales— la duquesa subasta un baile con ella entre los caballeros que allí se encuentran. Javier, para no hacer el ridículo, saca de su bolsa una dobla (u otra moneda gorda de ese año, no estamos seguros qué moneda exactamente), algo que le duele en el alma, pues no tiene sentido tener novia si no puedes... bailar con ella gratis siempre que te apetezca. Vidal, para demostrar que la suya es más grande (la bolsa), saca cincuenta doblas y deja a todos chiquitos con su oferta. Gana el baile y, entonces, en vez de valsear o polkear con Carolina, se la regala desdeñosamente a Javier.
El militar se lo toma a mal y le arroja a Vidal a la cara un guante, luego el otro y hasta un calcetín, para retarle bien retado a un duelo a muerte. Vidal recoge el guante, pero postpone el encuentro fatídico unas semanas, pues antes tiene que resolver unos asuntos.
Unos días después la situación en el país se hace crítica, porque bajan las temperaturas y patean un estreno de Martínez de la Rosa. ¡Ah! Que se me olvidaba: se produce también un estallido revolucionario. Vidal arriesga su vida pegando tiros por esos montes mientras LF está en casa, calentita junto al brasero, rezando el rosario y comiendo rosquillas de anís, pues aún no ha llegado la época de las sufragistas y de la liberación de la mujer.
El pronunciamiento se pronuncia muy mal y no consigue triunfar. Vidal se tiene que volver a su pueblo (una pedanía cercana a Piedras Albas, en Cáceres) y LF decide irse con él a Extremadura, porque los almendros en flor están muy bonitos en esas fechas. Hay otra razón, aparte de las almendras, y es que ha visto a Javier manoseando a Carolina y el despecho le induce a casarse con el primero que se presente para demostrar —no sabemos a quién— que ella es no es menos que nadie, sino una mujer de tronío y una real hembra (sea esto lo que fuere).
Estamos ya (afortunadamente) en el tercer acto y la acción ha hecho las maletas y se ha trasladado a la finca de Vidal, que se llama «La Frondosa», en recuerdo de una tía de Vidal que tenía mucho bigote. La revolución «Gloriosa» ha triunfado, por lo que la reina se ha sacado un kilométrico y ha cogido el tren para París. La duquesa Carolina, viendo el panorama, ha decidido irse a Portugal, a visitar Estoril y Cascais, que le han dicho que son sitios muy bonitos y que merecen la pena. Javier, por su parte, está missing, pues parece ser que le han sacudido la badana en la batalla del puente de Alcolea.
Vidal y LF se van a casar, por lo cual ya les han amonestado varias veces, pero ellos no cejan en su empeño. Se ha encargado un precioso vestido de boda para la novia y suponemos que el novio también se pondrá algo encima ese día, pues no es cosa de casarse en traje de Adán. Los campesinos están contentos porque Vidal, como es un hacendado de ficción, paga buenos salarios. Así es que en «La Frondosa» reina la alegría.
Pero como los personajes tienen que sufrir para que el público no se aburra, surge de nuevo el drama. Con la camisa hecha jirones, descalzo y con varios callos en cada pie (que le duelen un montón) aparece por allí Javier, que no murió en Alcolea como un héroe, sino que simplemente salió corriendo en cuanto pudo. Luisa Fernanda siente reavivarse en su palpitante corazón la llama de la ardiente pasión que la consumía por dentro. (Retamos a nuestros lectores a que imaginen una frase peor que esta última que acabamos de escribir aquí.)
Pero el sentido del deber le obliga a cumplir su palabra y casarse con Vidal, que ha pagado al cura por adelantado y tiene ya apalabrados al flautista y al tamborilero para que toquen durante el convite. Así es que nupciará con Vidal, porque es una protagonista de zarzuela y las protagonistas de zarzuela han de comportarse siempre como Dios manda.
Pero ¡ah!, Vidal se da cuenta de que LF nunca le querrá, porque ama al tipo del uniforme, y para evitarse que su esposa se la pegue bien pegada después de matrimoniar, decide generosa y sabiamente renunciar al himeneo. Consiente que Javier se lleve a LF y queda con el corazón destrozado. Al finalizar la obra, le dice a la prójima que no se preocupe por él, «porque un corazón que perdona no es una carga que pesa» (pese a esta desafortunada frase, los autores del libreto consiguieron salir ilesos del estreno).
La obra acaba ahí. Luego imaginamos que Javier —quien, como ya hemos visto, es un pinta y un impresentable— engañaría a Luisa Fernanda con muchas, le zurraría a diario y le daría muy mala vida, pero como todo eso seguramente pasa después de caer el telón, el público no se entera y se va a su casa tan contento creyendo que ha presenciado una historia de amor.