Contaremos Asesi-
nato en el «Orient Express»,
una novela muy chula
que pasa dentro de un tren.
Es una de esas historias
de mucho misterio en que
el detective es un belga,
más concretamente Her-
cule Poirot, un nombrecito
que nadie pronuncia bien,
poseedor de unos bigotes
heredados de los tres
mosqueteros o Cyrano
o cualquier cursi francés.
La historia es simple: hay un crimen
sangriento, encargan al de-
tective que lo resuelva
porque lo hace fetén.
En efecto: al poco rato
de darle vueltas al se-
so llega a la conclusión
de que el asesino es...
¿Lo cuento? ¿Trunco el misterio?
Eso no se debe hacer.
No hay que chafar los finales.
Pero a mí me da igual. Quien
no quiera saber qué pasa
y el asesino quién es
que no continúe leyendo
y abandone al punto. Pues
resulta que al que ha morido
se lo han cargado entre diez
o doce: ¡todos pincharon!,
¡lo mataron a granel
entre todos los viajeros
que iban en el coche aquel!
¿Qué conclusión sociológica
podríamos extraer
del cuento agathachristino?
Pues es muy fácil de ver.
De cada catorce seres
uno es víctima, otro es
una persona decente
y la docena del res-
to son gentuza muy mala,
asesinosa y cruel.
Convivir en sociedad
tiene sus más y sus me-
nos y nos conviene a todos
conocer con mucho de-
talle a aquellos semejantes
con quien compartimos tie-
rra y vida. Sabido esto
nos irá bastante bien
y estando así precavidos
es posible que sobre-
vivamos. (Acabo el verso
aquí porque ya no sé
qué más contarles. Y firmo:
Enrique Gallud Jardiel.)