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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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Claudio

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Sala en el palacio del César. En escena una mesita con un frutero que tiene uvas. Sale Tulio Máximo, con un melocotón. Ve que no hay nadie, lo pone en el frutero con precaución y hace mutis por donde entró. Sale MarcoTibioPilón, con un plátano, repitiendo el mismo juego. Al poco PomponioCrasocon una pera. El mismo juego. Finalmente Pirro, con una piña. Mismo juego. Sale Claudio, el césar, con toga muy lujosa y laurel en la frente.

 

Claudio.—Ya anochece. ¡Qué lata que me dieron los arquitectos con los planos del acueducto que mandé construir! Hay que ver qué pesados que son. Llevo trabajando desde la hora tercia. ¡Qué de afanes da el ser César! ¡Y qué desagradecida es la plebe! Yo aquí, trabajando como un burro, construyendo templos a las deidades, conquistando la Macedonia la Tracia y la Britania, y ellos dándose la vida padre con el trigo que les repartimos y acudiendo a hacer apuestas sobre los gladiadores. Pero ahora no me voy a tomar más trabajo por ellos. Solo les daré panem et circenses y que se apañen. No he de hacer ni un solo acueducto más en lo que me queda de vida. (Por el foro, los conjurados, escondidos y sin verse unos a otros.)

Tulio.—(Por Júpiter que dice la verdad.)

Claudio.—Hablando de otra cosa: ¿he cenado? No, pues entonces y como mi salud es muy importante me voy a sacudir un tentempié para el bien del Imperio.

Pomponio.—(¡Oh, divina Vesta, haz que coja la pera!)

Pirro.—(La piña, ¡oh Marte vencedor!)

Tulio.—(¿No habrá de coger el melocotón.)

Marco.—(¿No te apetece un exquisito plátano de las Canarias?)

Claudio.—¿Qué fruta he de coger? He aquí el dilema. ¿Qué es más noble al estómago? ¿La pera? ¿O, quizá, por ventura, la banana? En fin, lo dejaré en las manos del azar eligiendo con los ojos cerrados. Así sabremos que fruta prefiere el destino.

Tulio.—(Melocotón.)

Marco.—(Plátano.)

Pirro.—(Piña.)

Pomponio.—(Pera.)

Tulio.—(Decídete, hombre, que estamos esperando.) (Claudio se tapa los ojos y coge un grano de uva.)

 

Claudio.—Una uva, la fruta de Baco.

Marco.—(¡Mecachis en la mar tirrena!)

Pirro.—(Mala suerte.)

Tulio.—(No doy una con esto de los venenos.) (Claudiose come la uva.)

Claudio.—¡Ag! Está podrida. Qué mal sabe. ¡Por Cástor y Pólux, que me quedo sin estómago! ¡Estaba envenenada! (Cae al suelo. Todos quedan estupefactos.)¡Sic transit gloria mundi! (Claudio muere definitivamente. Sale Pirro.)

Pirro.—¡Por los pliegues del manto de mi abuela! ¡Se ha muerto con la uva! (Tulio hace lo mismo que Pirro, o sea: salir.)

Tulio.—Parece increíble. (Ve a Pirro, cosa fácil porque Pirro es gordo.)¡Eh! ¿Qué haces tú aquí? (Sale Marco, por no ser menos.)¡Estos dos también eran asesinos!

Marco.—Y dice el refrán que no hay dos sin tres. (Sale Pomponio.)

Pomponio.—Y donde fallan tres fallan cuatro.

Pirro.—Y mal de muchos, consuelo de tontos.

Marco.—Pero ¿cómo se ha muerto? (Sale Agripina, esposa de Claudio, una señora muy seria.)

Agripina.—Yo os lo diré, pedazo de bestias.

Loscuatro.—¡La patrona!

Agripina.—¡Inútiles! ¡Que no servís ni para tirar de un carro de carreras. Si no llego a prever el resultado y a optar por actuar por mi propia cuenta no hubiera conseguido nada. ¿Tan difícil era?

Marco.—El que cogiera la uva solo fue una casualidad.

Agripina.—¿Y también fue una casualidad el que se os ocurriera a los cuatro envenenarle la fruta? Yo prometí una recompensa generosa, una bolsa llena de talentos a aquel que exterminara a mi marido porque no es de buen gusto ni está bien mirado que lo haga yo con mis propias manos, y no se os ha ocurrido ningún medio efectivo con qué hacerlo. Ya podéis despediros de los talentos.

Pirro.—¡Perdónanos, oh, insigne Agripina!

Tulio.—Sé clemente.

Marco.—Considera que no podíamos hacer uso de nuestros talentos ya que aún no nos los habías dado.

Agripina.—Ahora todo está consumado. Colgaremos por el cuello al abastecedor de frutas de palacio, cerraremos el expediente y por fin mi hijo, Lucio Domicio Enobarbo Nerón, regirá el imperio como siempre ha sido mi sueño. Con él verá Roma días artísticos y elegantes, pues tiene un corazón de poeta. (Una pausa angustiosa durante la que todos piensan en Nerón y en su ramalazo.)

Pomponio.—(Pues si lo llegamos a saber nos ahorramos la fruta.)


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