¡A quién se le ocurre escribir sobre un autor tan malo y tan desconocido como ese tal Benito Pérez! No se extrañen ustedes de mi dureza en la crítica a esta malísima comedia, que ha elegido un tema tan poco apropiado. ¿Quién fue ese tan Pérez Galdós, qué hizo como para que se le dé importancia y se escriba una pieza teatral sobre su vida y su obra? ¿No hubiera sido mucho mejor biografiar a alguno de los gigantes de nuestras letras contemporáneas, como Ruiz Zafón, o incluso a Belén Esteban, que también ha escrito libros?
Parece ser que el proyecto de una obra sobre ese Galdós —a quien no conoce casi nadie, aunque parece ser que tiene alguna calle en algún sitio— surgió por haber sido su centenario recientemente (en el 2020 o así), pero en España no tenemos por qué ocuparnos de celebrar nada de este tipo. Sin ir mas lejos, en el 2016 fue el centenario del dramaturgo Antonio Buero Vallejo y nadie se molestó en representar ninguna obra suya. Así debe ser.
Pero sigo con mi crítica.
Un tipo que se dice a sí mismo escritor —ese tal Gallud Jardiel, que ha publicado alrededor de 280 libros (porque tiene amiguetes en las editoriales y no porque sus libros merezcan en absoluto la pena) — se ha pasado al teatro. No sabemos qué sentido tiene que lo haya hecho ni qué puede saber él de dramaturgia, aparte de ser hijo, nieto y bisnieto de actores por parte de padre y madre, nieto de Jardiel Poncela y haber dirigido teatro durante cuarenta y cinco años, aparte de actuar y de hacer dos tesis doctorales sobre temas teatrales. Hoy en día cualquier advenedizo entra en el mundo de la escena sin que nadie le detenga.
Pues, bien; ese novato en el arte de Talía ha escrito esta obra, que está llena de errores que paso a señalar.
En primer lugar es una obra anticuada, quiero decir, de las de antes, con exposición, nudo y desenlace, cosa que no se lleva ya, como todos ustedes saben, porque el teatro tiene que ser caótico y los argumentos no deben entenderse. Además, dura dos horas, cuando es sabido que las comedias hoy en día deben durar tres cuartos de hora como máximo, para que los espectadores no se cansen y para darles menos producto a cambio del dinero de su entrada.
Hemos asistido a una representación y, realmente, no hemos entendido nada de la reacción de los espectadores. La obra no tiene maldita la gracia, a nuestro parecer de críticos; sin embargo el público reía y reía sin parar, lo que demuestra que el público no entiende nada de teatro, a diferencia de nosotros los críticos, que sí sabemos cuándo algo es gracioso y cuándo no.
A los actores se les entendía todo lo que decían, lo que va en contra de las nuevas tendencias de interpretación, que, como todos ustedes saben, consisten en que los actores pronuncien con tanta naturalidad que no se sepa muy bien en qué idioma hablan.
La música que ilustraba las escenas era toda de compositores pasados de moda: Mozart, Chopin, Beethoven y gente de esa a la que ya no quiere escuchar nadie que se respete. No sonó ni una sola pieza de eso que en las tiendas de discos clasifican como «pop-rock internacional», que es lo que tiene que usarse siempre de música de fondo para que no se escuche bien a los que hablan.
El argumento era también poco convencional. El tal Galdós muere y va un infierno en el que no creía, con su consiguiente sorpresa. ¿Se imaginan una situación menos original? Se encuentra con unos diablos simpáticos (¡qué personajes menos atractivos: unos diablos simpáticos!) que le hacen su propio Juicio Final, para ver si su obra literaria ha hecho el bien o el mal a los que la han leído, si ha transmitido saber o ignorancia. Y, es lo que decimos nosotros: ¿a quién le importan hoy en día asuntos como la responsabilidad moral de los artistas? A nosotros no, desde luego. Es un tema sobre el que no se debería escribir.
Luego, el protagonista llama en su defensa en el juicio a tres figuras alegóricas: a la Mujer, a la Literatura y a España, sus tres grandes amores. ¿Conciben ustedes una actitud más pasada de moda que esta de amar a las mujeres, a la literatura y al propio país? Pues el personaje lo hace y estas tres personificaciones ¡van y le defienden! ¡Es indignante! Aseguran que fue un hombre honesto, que quiso lo mejor para su patria, lo que ya no se lleva. Dicen también que era un enamorado de la literatura y que vivió para su arte, lo que nos parece una soberbia majadería. Se murió de hambre, claro, el muy imbécil. Y se nos asegura también en la obra que fue un paladín del feminismo y que presentó en sus novelas un prototipo de mujer fuerte e independiente, con todas las virtudes. Aunque se nos dan en la comedia muchos ejemplos de esto, nosotros no nos lo creemos, aunque hemos de reconocer que no nos hemos molestado en leer nada del tal Galdós, porque nos parece que fue un literato con el que no merecía la pena que críticos cultos como nosotros perdiéramos el tiempo.
La obra incluye además unas proyecciones con voz de narrador en off en las que se nos ilustra un poco sobre su vida y circunstancias. ¡Qué tostón! ¿Quién quiere aprender nada sobre un autor antiquísimo, ya que murió en 1920 o así? A nosotros solo nos interesa la actualidad. Recordar el pasado es cosa de viejos.
Y el personaje de Galdós incluye en sus diálogos algunos diálogos literales, de los que dijo el escritor sobre política y sobre el carácter español. Como nosotros sabemos sobre política todo lo que hay que saber y no necesitamos en absoluto conocer cómo somos, no queremos que nadie nos lo cuente.
Parece ser que propusieron al tal Galdós para el Nobel, pero afortunadamente, unas asociaciones que velaban por la corrección política, lo impidieron, escribiendo a la Academia Sueca contra él. El Galdós de marras era un rojo y, por ende, no merecía el galardón. ¡Qué suerte que, al final, no se lo dieron!
Dicen que con esta comedia se divierte uno mucho y se aprende mucho también, pero nosotros no vamos al teatro a aprender nada. Para que vayamos aprendiendo cosas ya nos llegan vídeos al móvil todo el rato.
En fin, que no sabemos por qué permiten a los incultos galludjardieles de este mundo escribir sobre esos galdoses y otros muermos del pasado, que están ya olvidados o, mejor aún, que no hemos llegado a conocer.