Cuando a Shakespeare no se le ocurría sobre qué escribir (cosa que le pasaba continuamente), recurría a una de estas dos soluciones:
a) contarnos historias de reyes que sacaba de acá y acullá; o bien
b) plagiar una comedia cualquiera de Christopher Marlowe.
En este caso concreto, rebuscó en crónicas varias para elaborar una obra que tenía encargada y que había cobrado por adelantado. Nos pondremos en tesitura eruditopedante para contarles la gestación de la trama.
Esto era un rey que tenía tres hijas, las metió en tres botijas y las tapó... (¡Ay, no! Me he confundido. Empiezo otra vez.)
Esto era un rey que tenía tres hijas.. Reparte su reino entre las dos mayores, que le salen ranas (no literalmente, pues no es un cuento de hadas), y solo la más pequeña —la desheredada— se ocupa de cuidarle en la vejez, demostrándose así que el hombre no tenía mucha habilidad a la hora de elegir y eso sin tener en cuenta el hecho de que estaba como una cabra galesa.
Geoffrey of Moonmouth (¿Godofredo Bocaluna?), allá por el 1135, firmó ejemplares de su Historia regnum Britanniae en la que contaba cotilleos de la corte de Lear, un antiguo monarca de Britania que tuvo tres hijas (que se sepa) a las que educó bastante mal, por cierto. Este fue el pesebre literario en el que abrevó el bardo de Stratford-upon-Avon para su tragedia, aunque, puestos a juzgar remakes literarios, a nosotros nos gusta más la historia de la Cenicienta y sus hermanastras, porque allí salen unos ratones muy simpáticos que no están en Shakespeare.
Parece ser que la narración no tiene fundamento histórico alguno: Godofredo se la inventó por completo, porque era un hombre que solía comerse de vez en cuando una ensalada de pimientos por la noche que le sentaba como un tiro y le producía pesadillas. Su mérito estribó en recordarlas cuando se levantaba por la mañana, lo que le permitió dar a la imprenta (aunque aún no existía) muchos argumentos desagradables pero innegablemente originales.
Recientemente, varios especialistas han querido ver en esta historia un trasunto de lo que le pasó al emperador romano Teodosio. Pero nosotros hemos investigado y hemos descubierto que los sufrimientos de Teodosio no fueron por culpa de sus hijas, sino de unas hemorroides muy pertinaces que no se le curaban ni a la de tres, por lo que no creemos que los investigadores susodichos están robando el sueldo de la institución en donde trabajan.
Hay, sin embargo, un libro de Valerius Herberger titulado Sirachs hohe Weisheit und Sittenschule (circa 1600), en el que puede leerse lo siguiente:
Der Leichnam ist schon im Zustand der Verwesung. Schädel und Schenkel bestehen nur noch aus Knochen. Das Pferd ist bis zum Skelett abgemagert. Hüftnochen und Rippen treten stark hervor. Auf dem Kadaver hat sich ein Rabe niedergelassen. Mit ausgebreiteten Flügeln versucht er die Beute gegen einem Konkurrenten zu verteidigen. Etwas abseits fressen Raben an einem Aas. Im Bildvordergrunt sind weitere Knochen dargestellt. Geht der Blick weiter, trifft er links im Hintergrund auf eine unzerstörte Kirche. Rechts hinten erkennt man einen Galgenhügel. Die auf einem Zweig sitzende Elster stellt kompositorisch eine Verbindung her zwischen Galgen und Pferdekadaver.
Más claro, imposible.
La obra a la que Shakespeare hace un homenaje (Eufemismo actual para lo que tendría que ser ‘plagió descaradamente’) a un autor muy prolífico llamado Anónimo, que debió de vivir muchos años y viajar sin parar, a juzgar por la cantidad de obras que se le atribuyen, muchas de ellas escritas en países distintos. Se titulaba (y aún se sigue titulando, pues no se le ha cambiado el nombre) The True Chronicle History of King Leir and His Three Daughters, Gonorill, Ragan and Cordella (que parecen nombres tomados de una enfermedad fea, un presidente tonto y un pueblo de Lérida, respectivamente).
Básicamente, la historia es como sigue. Lear desea saber cuánto le quieren sus tres hijas. Las dos mayores, por hacerle la pelota, le dicen que mucho. Así es que el rey le coge manía a la pequeña (que no ha dicho nada porque en ese momento se estaba comiendo un polvorón y no podía abrir la boca) y la deshereda. Casa a las dos mayores con nobles alcurniosos y deja que la pequeña se las apañe como buenamente pueda. Ella no es tonta y se casa con el rey de Francia, lo que a sus hermanas les sienta como una patada en el sitio donde el meridiano de Greenwich se cruza con el Trópico de Capricornio (por no decir otra cosa).
Lear ancianiza (si los viejos envejecen, los ancianos ancianizan, digo yo) y aprovechándose de su debilidad, sus dos yernos se rebelan contra él. Atan a un árbol a doña Elvira y a doña Sol en el Robledal de Corpes y las abandonan... (¡Ay, no! ¡Que nos hemos ido a otra historia de nuevo!) Atacan a Lear, le despojan de su reino y se lo llevan al castillo de la hija mayor, a vivir de la caridad y a comer pan duro y sopas secas. El pobre viejo se va al castillo de la hija mediana y allí le tratan aún peor. Finalmente la hija menor le acoge, le viste, le da de comer y hasta le ayuda a cortarse las uñas de los pies, porque el otro solo no podía. Este es el argumento, sin mucho detalle, porque el tiempo apremia.
Hay una película de Peter Brooks que no añade nada nuevo a lo que ya estaba en la pieza de Shakespeare. Lo único que hace es estropearle el destino a todos los personajes, para que el espectador llore a moco tendido. Lear es derrotado en la guerra, es hecho prisionero y se muere al final; a Cordelia la ahorcan; Regana es envenenada por su hermana; Gonerila se suicida; Egdar es repudiado por su padre; Glocester pierde la cartera y Edmundo se queda calvo antes de cumplir los treinta.