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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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Por qué me gusta lo que me gusta

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Parece triste decirlo, pero —no pudiendo evitar ponerme personal— he de reconocer que a las cosas de las que más disfruto y que más aprecio llegué de la manera más casual y debido a razones un tanto mezquinas.

Dicho de otra manera: no he tenido revelaciones ni epifanías, nunca se desveló ante mí el velo de Isis, no tuve sueños simbólicos ni encontré ningún libro perdido de ignoto maestro. Enumeraré las causas eficientes de mis aficiones y ustedes coincidirán conmigo en lo humilde de su origen.

La literatura. Mis inicios literarios no se hicieron de la mano de Kafka, Proust ni Joyce. Ni siquiera con El alquimista, ya que en aquella época no había lecturas cursis obligatorias en la clase de literatura. Mis primeras lecturas fueron unos tebeos llamados TeleColor, que costaban tres pesetas y cincuenta céntimos, que aparecían los miércoles y donde salía el ya olvidado pero famoso en su día Huckleberry Hound, un perro con algo de pluma. Yo lo compraba para ver las viñetas de Tiro Loco McGrow, que era un caballo que conducía una diligencia. Luego llegaron La zorra y el cuervo, Guillermo Brown, Salgari, Verne y los demás. Pero yo empecé a leer por ver a un caballo.

Y mi erudición temprana se debió a que el profesor de matemáticas era sordo y explicaba muy mal. Yo me escondía en el último banco y leía novelas que sacaba de la Casa de la Cultura. A los catorce años me chupé a Dostoyevski.

La música. Aprendí a cantar porque me encontraba en un colegio interno y por las tardes las opciones eran o bien cuatro horas de estudio interminables o bien ensayar para cantar en la misa del domingo. Yo canté o cantuve, como se diga.

Luego aprendí a tocar la guitarra para poder entrar en un grupo de folk, porque en el grupo ¡había chicas! No nos fue mal y hasta hicimos algunas pequeñas giras regionales, pero lo importante eran las chicas. Así aprecié la música folklórica de aquí y de allá y, si lo hubiera conseguido, habría guardado como valiosa reliquia un pelo de la barba de Cafrune.

Mi afición a la música clásica fue más simple: vi Fantasía, de Walt Disney, y aprendí a imaginar lo que la música podía querer decir y sugerir. (Pero como todo tiene su contrapartida, para poder ver dos veces Fantasía en un cine de sesión continua, tuve que ver dos veces seguidas también una película española sobre una cantaora y un torero y, desde entonces, odio el flamenco.)

El cine. La causa es que vi excelente cine desde pequeño. ¿Dónde? Pues en la «tele», señores, en el UHF (la 2 de entonces), en un programa (Cine Club) donde se emitían ciclos de películas de directores famosos. Vi todo Lang, Murnau, Capra, Ford, Cuckor, Wilder y otros muchos: todas las películas. (Hoy se emiten unas setenta películas semanales entre todas las cadenas y es raro que haya una buena.) Pero en mi afición por la imagen seguro que Tiro Loco McGrow también tuvo algo que ver.

El teatro. Esto es más fácil de explicar. Procedo de una familia de actores de varias generaciones. De pequeño asistí diariamente a ensayos. Debuté con seis años y sigo.

La cultura india. Si alguno tiene curiosidad por saber por qué me fui a la India, lo contaré. En COU aprobé todas las asignaturas... ¡menos la religión! Esto supuso un retraso en el traslado de mi expediente académico de una ciudad a otra y no me pude matricular a tiempo en la universidad, por lo que perdí un año. Aburrido de hacer el hippie por Madrid decidí visitar a mi madre, que trabajaba en la India. Fui de vacaciones para cuatro meses y me tiré allí diecisiete años. Pero todo se debió a que a un cura no le gustó lo que le puse en el examen.


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