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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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Hammurabi

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Un gran hitón de la historia [‘hitón’, «gran hito»] fue la publicación del código de Hammurabi, del que se tiraron más de 500 ejemplares en basalto de 2,50 × 1,90 metros que se distribuyeron por toda Mesopotamia y alrededores.

Aunque Hammurabi aparece como su autor, no lo escribió él, sino un grupo de especialistas anónimos que cobraron unas pocas monedas de cobre por su labor, mientras que el otro se llevaba toda la gloria. Esta costumbre ha llegado hasta nuestros días.

Se trata de un tratado de leyes promulgadas por Hammurabi, que estaba ya cansado de tonterías y decidió no aguantarse más con las charranadas que sus súbditos se hacían unos a otros, porque eran verdadera gentuza. En este código el rey mangoneador imponía su criterio e indicaba a los súbditos mangoneados lo que podían hacer y lo que no: cómo debían vestir, qué podían comer, a qué hora tenían que acostarse y con quién.

La idea fundamental era unificar delitos y castigos en todo el territorio para poder mandar mejor, cosa que efectivamente se consiguió.

 La fecha de redacción se establece en el 1750 a.C., durante el reinado de Hammurabi (nos lo estábamos imaginando), que no era hombre para dejar que se le pusiera a ninguna cosa importante otro nombre que no fuera el suyo.

Se considera que las leyes son de origen divino, por eso en la parte superior de la piedra editada aparece un monigote que se supone que representa a Shamash, el dios mesopotámico del sol, contándole cosas al rey en una conversación íntima.

En la introducción al tocho pétreo se relata cómo los dioses consideran que Hammurabi es un hacha, y el más fuerte, y el más valiente, y el más inteligente y que, por ende, le corresponde a él iluminar al país y asegurar el bienestar de todos aquellos a los que tenía la bondad de regir y de cobrarles impuestos. Según el texto, el propio Marduk, dios supremo del panteón sumerio-acadio, eligió a Hammurabi como el más idóneo para dar leyes a los hombres.

Dicen las malas lenguas que esto pudo haber sido una gran maniobra de propaganda política y de ensalzamiento del rey, pero nosotros somos bien pensantes y no creemos en absoluto que Hammurabi fuese capaz de inventarse todo esto para engañar al pueblo. Estamos firmemente convencidos de que el dios Marduk se le apareció de veras a este rey y le mandó decir todo aquello.

Tampoco faltan las voces críticas que hablan de plagio y sostienen que el código no es original, sino que está copiado con una gran caradura de otros códigos anteriores, como los códigos de Ur-Nammu, el de Ešnunna y el de Lipit-Ishtar, por mencionar sólo los más conocidos. Tampoco creemos que Hammurabi fuera tan sinvergüenza como para haber robado textos de nadie, aunque no le conocimos en persona, por las referencias que tenemos de él nos parece un hombre decente.

El planteamiento de esta legislación no fue fácil. En un principio Babilonia se regía por la Ley del Talión, lo que daba lugar a situaciones problemáticas. Si alguien te sacaba un ojo con la punta de un paraguas, el asunto era relativamente fácil: le sacabas tú otro ojo al agresor con un lápiz o con cualquier otro instrumento punzante. Pero ¿qué sucedía, por ejemplo, cuando un soltero se acostaba con tu mujer sin tu permiso y en cuanto te descuidabas? No podías corresponder de igual modo, por la falta de esposa del ofensor. Los sacerdotes, encargados por aquel entonces de hacer justicia, no sabían qué aconsejar en tales situaciones. Así es que se tuvo que legislar sobre todos los casos anómalos.

El castigo generalizado para la mayoría de los delitos era la pena de muerte, lo que nos lleva a conocer dos rasgos fundamentales del mundo babilónico: a) que los reinos estaban superpoblados y no se echaba de menos a nadie si moría o desaparecía, y b) que la gente tenía muy poca imaginación, cuando asignaba siempre el mismo castigo para delitos muy variados. Estas carencias punitivas se subsanaron con la publicación del nuevo código.

Veamos ahora algunas de sus normas y reglas.

Se inventó el castigo consistente en la muerte por ingesta de cuarto kilo de chinchetas y se aplicó en los casos siguientes:

Cuando se asesinaba al padre.

Cuando se asesinaba a la madre.

Cuando se asesinaba a un posible padre, caso de que la madre le hubiese contado una milonga al padre oficial y el hijo tuviese la mosca tras de la oreja acerca de su verdadera filiación.

Cuando alguien invitaba a sus amigos a comer y, en el momento en que estaban de sobremesa e indefensos, el anfitrión les enseñaba a la fuerza toda una colección de dibujos hechos para ilustrar su último viaje a cualquier sitio.

El destierro con expulsión a patadas, dadas de manera sistemática y ordenada por todos y cada uno de los habitantes de la misma ciudad que el delincuente, se aplicaba a los delitos de lesa moneda, como los siguientes:

Cuando un ministro del rey u otro administrativo con poder daba a un tendero permiso para poner en verano un chiringuito de refrescos apoyado en la muralla del palacio real a cambio de una bolsa de monedas.

Cuando un oficial se enriquecía particular e indebidamente con impuestos abusivos y luego transportaba a escondidas el oro a un reino vecino, donde se lo guardaban en secreto.

Cuando un oficial del rey le mandaba cartas de ánimo a algún amigo suyo que estuviese en los calabozos reales, ofreciéndole su apoyo con la condición de que mantuviera la boca cerrada y no revelase su participación en ningún tejemaneje.

Cuando un príncipe o miembro de la familia real aprovechaba su posición y su influencia para comer en un restaurante irse sin pagar o para conseguir por la cara que le hiciesen regalos o le contratasen a él para cualquier actividad renumerada.

El castigo de flagelación con un rabo de búfalo también estaba a la orden del día. Lo que sucedía es que como los rabos de búfalo eran más bien blanditos, no hacían mucho daño y había que flagelar muchas veces para que el criminal sintiese dolor. Estamos hablando, pues, no de cientos, sino de miles de latigazos, que tardaban varios días en darse y que dejaban al verdugo tan maltrecho como al reo.

Este castigo se aplicaba en los siguientes casos:

En los delitos de necedad flagrante, cuando algún ciudadano pintaba sobre sus ropas los colores que distinguían al equipo de petanca de su ciudad.

(El juego de petanca es muy antiguo y ya se conocía en Babilonia. Según la Biblia, lo inventó Noé: «Noé vivió 300 años, que pasó entretenido con el juego de arrojar piedras redondas. El total de sus días fue de 950 años, y murió.» [Libro del Génesis: 9, 28-29].)

En el caso de que algún wardum(esclavo) se hurgase la nariz y se sacase los mocos, privilegio que sólo les estaba permitido a los llamados awilum (hombres libres). Los muškenum (hombres semilibres,) podían hacerlo también, pero sólo los jueves.

Cuando las autoridades se enteraban de que una mujer maltrataba al marido y que éste no había acudido a la justicia porque le daba vergüenza y no quería que los guardias se riesen de él.

Cuando los jornaleros abandonaban su trabajo durante veinte minutos o más para mascar las hojas de una planta a las que se habían aficionado y cuyo hábito no conseguían quitarse.

En los demás casos en que a los jueces les apeteciera hacerlo (que es, en definitiva, el criterio que se ha venido siguiendo en muchos sitios desde entonces).

Podríamos entrar en más detalles, pero pensamos que nuestros lectores ya se habrán dado cuenta de que eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor es una trola más grande que el obelisco de Buenos Aires.


 

 


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