Asistí a una conferencia del ya entonces muy mayorcito Francisco Rodríguez Adrados, una leyenda viva en cuanto a estudios grecolatinos e indios se refiere.
Más que en datos y en análisis académico, su conferencia se centró en memorias suyas de sus muchos viajes, en los que se había llevado a discípulos y a alumnos con él, para ilustrarles in situsobre muchos temas relacionados con los lugares visitados. Aun así, fue interesantísima y aprendí mucho de ella, aunque hubo un aspecto esencial en el que disentí y, tras la conferencia —y como un amigo común me lo presentara y charláramos un rato— así se lo hice saber.
Don Francisco adjudicaba a Grecia el mérito de haber desarrollado varios de los postulados hindúes de la escuela del advaita vedanta. Afirmaba que Pitágoras y los orfistas fueron los primeros en hablar de palligenesía, transmigración de la almas o renacimiento, en el siglo VI a. C., y que luego el concepto tomó fuerza en Platón y que a partir de él habría llegado hasta la India.
Pero, aunque no existe una certeza absoluta, todas las evidencias indican que el camino de estos postulados fue el inverso. El concepto de punarjamna (reencarnación) aparece ya en las primeras upanishads (comentarios filosóficos a los Vedas y libros canónicos del vedanta), algunos de los cuales datan de los siglos IX y VIII a. C.
Además, la historiografía detalla los viajes a la India de Scylax de Caryanda (siglo VI a. C.) y Ctesias de Cnido (siglo IV a. C.), anteriores a la expedición de Alejandro Magno en el siglo III a. C. Hay constancia de la presencia de filósofos indios desnudos (los digambarajaínes (vestidos de aire), que dieron lugar a una secta de ascetas griegos) y se sabe que Sócrates conversó en Atenas con brahmines llegados de la India. Los contactos intelectuales (por no mencionar los comerciales) fueron numerosos y el intercambio de ideas, inevitable).
Independientemente de quién tuviera más o menos razón en ese debate (algo sumamente difícil de precisar tras los siglos transcurridos) lo que me desilusionó fue la terca insistencia de Adrados en que había sido Occidente quien había enriquecido a Oriente, porque no podía ser de otra forma. Había en su postura un sutil pero inconfundible hedor colonial y paternalista, un innato eurocentrismo que recordaba la noción de Kipling de «la carga del hombre banco», con la obligación moral del occidental superior de «civilizar a los pueblos salvajes».
Rodríguez Adrados había dedicado gran parte de sus años a estudiar la India y su pensamiento, pero no la amaba como como para atreverse a reconocerle el mérito de la invención filosófica o de la primacía cultural.