(Semblanza cariñosa, aunque no lo parezca.)
Woody Allen nació en Nueva York el año del estreno de La novia de Frankenstein, lo que le marcó para siempre.
En realidad, su nombre es Allan Stewart Könisberg, por lo que no nos extraña nada que lo desechara sin perder ni un minuto. El apodo de «Woody» lo adoptó debido a su admiración por el famoso cantante folk Woody Guthrie o —según otras fuentes y como parece más probable— como homenaje al famoso personaje de dibujos animados Woody Woodpecker (el pájaro loco).
Estamos hablando de uno de los artistas e intelectuales estadounidenses más reverenciados en Europa, lo que equivale a decir que a los espectadores de los Estados Unidos lo que Allen escriba o dirija les trae simplemente al pairo. Su filmografía es extensa como el desierto de Atacama y variada como un catálogo de enfermedades tropicales.
Allen rueda por sistema una película cada año, llueva o truene y siempre por las mismas fechas, así es que, para él, hacer cine es como ir a la oficina. Pero siempre ha sabido hallar tiempo para su pasión secreta: el jazz. Sopla el clarinete en si bemol desde su más tierna niñez. Esta faceta suya como músico profesional no se ha conocido hasta hace poco, afortunadamente. Sin embargo, hemos de enfrentarnos a la verdad, por dura que ésta sea, y reconocer que Allen ha tocado ininterrumpidamente el clarinete desde 1960. (Esto de «ininterrumpidamente» no es literal, sólo una manera de hablar).
El cineasta es dueño y principal intérprete (¡toma, así cualquiera!) de una banda musical llamada New Orleans Jazz Band, especializada en jazz de Nueva Orleans, mostrando una apabullante falta de imaginación. Todos los lunes Allen actúa en el Hotel Carlyle, de Manhattan, donde ya hace mucho que se han resignado. La banda ha grabado la música de varias bandas, lo que puede sonar a monopolio, si no se tiene en cuenta que se trata de bandas sonoras de películas. Ha lanzado varios discos, que han regresado obedientes por tener forma de búmerang, y actuado en un canal de televisión que se llama algo con muchas letras mayúsculas.
En 1996 Woody Allen y su orquesta efectuaron una gira por Europa y Sant Feliu de Llobregat. Sobre esta aventura musical se hizo un bonito documental: Wild Man Blues, contando en detalle los problemas del cineasta con los minibares de sus habitaciones en los hoteles del viejo continente y sus tantrums durante los ensayos de la banda.
El clarinetismo no es su único talento profesional. No contento con ganar toneladas de dinero como director, actor, guionista y músico, Allen ha rentabilizado sus neurosis contándolas en libros y se ha denigrado para siempre escribiendo para la televisión.