Hay libros y libros, y caen en muchas categorías. Están aquellos a los que consideras un tesoro personal y de los que nunca te quieres desprender, que te resistes a prestarlos a los amigos, que los compras de nuevo si los pierdes y que acarreas de casa en casa cuando te mudas de domicilio. Están los que conservas durante años, pero no vuelves a leer o, si lo haces, te defraudan. Están los de usar y tirar, que acabas regalando o cediendo a una biblioteca aun sabiendo que nadie los leerá allí. Y también aquellos que, tras abrirlos al azar y leer un párrafo o dos, tiras a la basura como si estuvieran pringosos, pues no le deseas a nadie tanto mal como para regalárselos.
En la categoría de libros excelentes que me han acompañado toda mi vida y enseñado muchas cosas se encuentra la Historia crítica del pensamiento español, en siete volúmenes, de José Luis Abellán. Es una obra magnifica: amplia, comprehensiva al par que profunda, clara, ilustrativa. Todos los elogios son pocos.
Por eso me hizo mucha ilusión poder conversar con su autor, al cabo de muchos años. Coincidió que fuimos compañeros de editorial por así decirlo. Mi editor (y el suyo) me invitó a la presentación en El Escorial de un libro de Abellán (una novela en este caso, algo sorprendente, pues el hombre se había dedicado siempre al ensayo filosófico) y allí que me fui a conocerlo. Nos citamos dos horas antes del acto.
Abellán fue muy cortés y afable en las generalidades. Pero en tocante a su libro –que yo le elogié encarecidamente—se mostró todo lo contrario de entusiasta. Era como si le pareciera una obra menor, sin verdadera importancia. (Algo similar —ya lo he contado en el primer volumen de esta obra— me sucedió con García Márquez, que me dijo en un encuentro que tuvimos que Cien años de soledad era una mala novela que no le gustaba nada.)
Solo tenía interés en el futuro éxito de su novela (creo que se titulaba El misterio y apareció en la editorial Dalya en el año 2015). Yo no había tenido ocasión de leerla y, por lo que pude colegir de una rápida ojeada y de lo que Abellán contó sobre ella durante la presentación, no estaba destinada a ser un best seller, por decirlo eufemísticamente, y efectivamente no lo fue. A Abellán se le recordará en los círculos intelectuales como un estupendo ensayista filosófico y nada más. (Pero resulta obvio que él pretendía destacar como novelista, que es donde está la fama y el reconocimiento.)
Y esto me llevó a reflexionar sobre la máxima socrática del “Nosce te ipsum”. Hemos de conocernos a nosotros mismos y, sobre todo, nuestras capacidades e incapacidades. La mitad del éxito en arte o en ciencia depende de trabajar dentro lo posible, de saber hasta dónde podemos llegar a hasta dónde no. Newton puso toda su ilusión (y su vanidad) en unos comentarios bíblicos que elaboró en sus últimos años y creyó sinceramente que sería por ellos por los que le recordaría la posteridad. Aquellos comentarios —hoy desconocidos del vulgo— eran, a decir de los que los estudiaron, bastante mediocres y no aportaban nada nuevo a la teología. Así es que volvemos de nuevo a ese consejo para la vida que consiste en dar primacía a la capacidad de adaptación y de aceptación: «Quien no tiene lo que quiere, que quiera lo que tiene».