Un mito bastante raro
y plagado de incidentes
es el de Dafnis y Cloé,
que fueron dos mozalbetes
—mozalbete y mozalbeta,
que es así como se debe
decir— de la antigua Grecia
o, si quieren, de la Hélade,
que es otra forma más cursi
de decir lo mismo. Este
relato que les relato
pasó todo en Mitilene,
que es un sitio que se encuentra
en Lesbos, que está al oeste
y más cercano a Corinto
que a Varsovia o a Albacete.
El autor, Longo de Lesbos,
lo escribió mal, mas no adrede
ni aposta, sólo por falta
de talento simplemente.
Él pretendía que su cuento
supieran todas las gentes,
que su pareja romántica
tuviera tanto relieve
como Romeo y Julieta,
Cleopatra y Marco Antoñete,
Abelardo y Eloísa
o los maños turolenses,
pero no lo consiguió.
Y Cloe y Dafnis no parecen
dos amantes sino sólo
dos bobos adolescentes
que no supieron hacer
las cosas como se deben
y se pasaron los años
enamorados y célibes
por desconocer del todo
qué hay que hacer para hacer nenes
y no preguntarle a nadie.
La ignorancia es lo que tiene.
De esta historia tan estúpida,
de esta narración pedestre
se hicieron imitaciones
a montones («La Sireine»,
de Honoré d’Urfé; «The Gentle
Shepherd», de un tal Alan Ramsay,
por no mencionar la célebre
novela «Pablo y Virginia»,
de Bernardin de «Saint-Pierre»)
y también mil ediciones
(la de Courier, la de Seiler,
la de Ansse de Villoison.
la de Coraes, la de Herder,
la de Amyot, la de Piccolos,
la de Burgos, la de Kiefer
—¡ay, Dios, cuánta erudición!—
y las de Lowe y Schomberger).
En España, Juan Valera
también intentó meterle
mano al tema y lo tradujo
del griego en un periquete
usando el Google Translator
que es un invento excelente.
Pero basta de preámbulos
y comencemos ya, ¡leñe!
porque si no, no acabamos
esta historia en un trimestre.
Pues sucede que un buen día,
ya hace siglos (era jueves),
alguien deja abandonados
a dos bebés sobre el césped
y luego sale pitando
para evitar que le pesquen.
Dos pastores de familias
(¡ay, no es así, que es al vesre!)
les encuentran y prohíjan.
Vuelan los años y crecen
la niña y el niño. Ella
se ocupa en cuidar los bueyes
y él es dependiente en
unos grandes almacenes.
Pasan juntos mucho tiempo
en el campo, a la intemperie,
llevando el traje de Adán
y sin ni siquiera un suéter,
y no pasa nada, pues
andan escasos de higiene
y los recubre una costra
de mugre y así no pueden
ver sus cuerpos y excitarse
como es lógico y coherente.
Pero la situación cambia,
porque un buen día va y llueve
y ella queda limpia y él
por primera vez advierte
que su querida amiguita
Cloe está de rechupete,
que se ha tornado buenorra
con suculentos relieves
en su cuerpo. Acto seguido
Dafnis pierde los papeles
ante tan grande hermosura,
ante tantas morbideces
y cosas apetecibles,
y el muchacho se promete
que gozará tal belleza
antes del mes de septiembre,
mordiendo lo que se ponga
al alcance de sus dientes.
Empieza a hacerle la corte
comprándole cacahuetes,
obsequiándola con flores,
besándole los pinreles,
pelándole mandarinas
y cantándole cupletes.
Le repite que la adora
y le jura por Parménides
que la llevará de picnic
(en una en una gira campestre
con tortilla y con hormigas)
al Jardín de las Hespérides
(que no sabemos lo que es,
más, por el nombre, parece
que pueda ser algo griego),
más, ni aun así tiene suerte.
Cloe, con desdén, le rechaza;
vamos, le manda a la M
y el queda con una cara
como para darle el pésame.
Más pese a las calabazas
Dafnis continúa en sus trece
y prosigue su cortejo
día tras día, erre que erre,
con la esperanza secreta
de que al fin salte la liebre.
Como ponerse pesado
es un recurso que suele
acabar por dar sus frutos,
eso pasa finalmente.
Dafnis le dice a su amada
estas palabras ardientes:
«Por ti soy capaz de todo:
de regalarte un trirreme
o algo mucho más difícil,
como comprender a Hegel,
ganar el Nobel de Física,
subirme de un salto al Éverest,
hacer la declaración
de Hacienda, seguir un régimen
más de un mes, traerte del cielo
la luna o hablar vascuence.»
Al oír razones tales
Cloe renuncia a sus desdenes
y accede a participar
en retozos y deleites.
¡Eso sí es una noticia,
no los de la Agencia Efe!
Al escuchar esto, a Dafnis
se le pasa por la mente
esto: «¡Te vas a enterar
de qué es lo que vale un peine,
que voy a cobrarme el precio
de todos los cacahuetes!
Solo resta completar
ese acto al que los franceses
con su gran sabiduría
lo llaman «ֿla bagatelle».
Mas no les resulta fácil
cohabitar íntimamente
porque no saben la técnica
y son bastante zoquetes.
¿Qué pasa? Durante años
se abrazan muy insistentes
sin conseguir atinar,
por más que les avergüence.
Y si eso le añadimos
que hay ocasiones frecuentes
en que lo que ha de estar firme
se halla en cambio muy endeble
no es de extrañar el fracaso
de este idilio tan imbécil.
Sólo después de dos lustros
de frustración van y aprenden,
preguntándole a un experto,
que es quien los pone al corriente.
Los dos se entregan frenéticos
al amor y a sus placeres
pero como ambos ignoran
que eso provoca progenie
acaban teniendo dos
docenas de churumbeles.