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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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La gran evasión

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La película nos cuenta

cómo se escapa y se esfuma

un montón de prisioneros

ingleses en la Segunda

Guerra Mundial, una hazaña

heroica y morrocotuda

que sucedió de verdad

(porque así nos lo asegura

un porrón de historiadores

de destacada reputa-

ción, de esos que no mienten

ni se inventan aventuras

para que sus tochos sean

más amenos si no aburran).

Fue en el Stalag Luft III,

cerca de Sagan (Polunia).

 

(Polonia, esto es. Solo que he tenido que cambiar la palabra para que rimara.)

 

Hay trescientos prisioneros

pasándolas muy canutas

en un campo rodeado

de alambre de ese de púas,

que pretender escalarlo

es la cosa más estúpida

que se te puede ocurrir,

porque te haces mucha pupa

al pincharte y que te maten

es una cosa segura,

pues disparan desde arriba

varios soldados con una

puntería escalofriante

y te envían a la tumba.

 

Todos se quieren fugar

pronto, con prisa y premura,

pues no les dan de comer

bistecs, langostino o trufas,

sino un arroz asqueroso

y, si tienen suerte, alubias.

Sus condiciones son malas:

no tienen gimnasio o duchas

y, para colmo de males,

carecen de rayos UVA.

Y como, además, les hacen

que trabajen como mulas,

todos piensan que estarían

más a gusto en las Bermudas,

disfrutando de la playa

con unas gachises rubias,

tumbados en una hamaca

y borrachos como cubas.

Por esta razón decide

toda la gente reclusa

que escaparse de una vez

en una fecha oportuna

es lo único que importa

y que lo demás son músicas.

 

Juntan a expertos que puedan

colaborar en la fuga.

Hay un preso muy mañoso

destripando cerraduras;

otro que sabe robar

cigarros, café y azúcar;

otro que sabe cavar;

otro que es experto en plumas

(lo que queremos decir

es que el sujeto dibuja

bien, por lo que hará fal-

sificaciones de altura);

otro es sastre militar

y experto en alta costura,

por lo que podrá emplear

su habilidad con la aguja

para hacer trajes con telas

sacadas de la basura.

En fin, que juntando esfuerzos,

con tesón y con astucia,

se escaparán de la cárcel

con papeles, varias mudas,

comida para tres días,

barbas falsas y pelucas,

provistos de varios mapas

(y algunos hasta de brújula)

y sabiendo contestar

en buen alemán alguna

frase que otra, por si alguien

les cuestiona o les pregunta.

 

Cavan un túnel que sale

de debajo de una estufa

y no se comen la tierra

pues piensan en una argucia

y que consiste en llenarse

con aquellas tierras sucias

los bolsillos y dejarlas

caer, mientras que circulan,

por las perneras, al tiempo

que con el pie las empujan

y esparcen, porque los a-

lemanes no los descubran.

 

Forman un grupo coral

para que les dé la murga

a los malvados teutones

y con sus gritos encubra

el ruido de martillazos;

y mientras el coro actúa

cantando God Save the King

desgañitándose, sudan

los cantantes dando golpes

de maza con fuerza hercúlea

(o, si prefieren, sansónica)

y ampliando la hendidura

por donde habrán de meterse

con agilidad de pulga

los fugantes, cuando llegue

la hora de la huida súbita.

 

El túnel les da problemas,

porque a veces se derrumba

y encima de los que cavan

caen kilos de tierra húmeda,

de humus, detritus, cascotes,

arena, piedras y turba

que les sepultan y por

completo los despachurran.

Así, para apuntalarlo,

necesitan Dios y ayuda,

ya que les falta madera

para fijar la estructura.

Cogen baldas de los catres

y un preso se pega una

costalada que le balda

a él también y se desnuca

al tumbarse dando un salto,

pues del impacto se trunca

el somier, falto de base.

La acción sigue y continúa

y, mal que bien, se termina

el túnel; se hace la última

comprobación para ver

si el plan es una chapuza

o si pueden tener éxito

y gritar un «¡Hip, hip, hurra!»

 

Eligen la luna nueva

de la noche más nocturna

para atravesar el túnel

y aprovechar la penumbra

para escapar escapados,

y rezan porque haya bruma.

Se meten por un extremo

y salen por la otra punta,

pero hete aquí que el «cerebro»,

el que lleva la batuta

y planea todo el plan

no sabe hacer ni una suma

y calculó mal el trecho

que hay hasta el bosque, y resulta

que se han quedado muy cortos.

Esto causa mala uva

en los presos, que prometen

que le darán una tunda

al que equivocó los cálculos

y es el que tiene la culpa

de que al salir del bujero

pueda verles la patrulla.

 

Como no tienen opción,

van saliendo de una en una

todas aquellas personas;

pero una se aturulla,

tropieza, cae, hace ruido

y esto provoca la búsqueda.

Los alemanes persiguen

(con perros que tienen mucha

hambre) a los presos fugados

y la huida se trabuca.

 

Unos se suben a un tren,

más los que van en su busca

los encuentran y detienen.

Otros se van en falúa

(en bote, vaya), remando,

y cruzan de punta a punta

toda Alemania enterita

hasta el Báltico (es de chufla).

Otro monta en una «bici»

e intenta llegar a Rusia

a golpe de pedaleo,

mas se equivoca de ruta

y acaba en Francia (¡qué cosas!),

en donde se une a la lucha

de la Resistencia contra

el nazismo y su gentuza.

Otro va en motocicleta

y le ponen una multa;

luego se sube a un avión,

mas con tan mala fortuna

que queda sin combustible,

cae y se pega una chufa.

 

En fin: de setenta presos,

se salvan ocho. ¡Qué angustia!

A los demás les disparan

hasta que todos se arrugan

y mueren. Con esta escena,

que entristece y espeluzna

y te provoca mil lloros,

se acaba la «pelicúla».

 

(Lo he tenido que volver a hacer. Lo siento.)





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