La película nos cuenta
cómo se escapa y se esfuma
un montón de prisioneros
ingleses en la Segunda
Guerra Mundial, una hazaña
heroica y morrocotuda
que sucedió de verdad
(porque así nos lo asegura
un porrón de historiadores
de destacada reputa-
ción, de esos que no mienten
ni se inventan aventuras
para que sus tochos sean
más amenos si no aburran).
Fue en el Stalag Luft III,
(Polonia, esto es. Solo que he tenido que cambiar la palabra para que rimara.)
Hay trescientos prisioneros
pasándolas muy canutas
en un campo rodeado
de alambre de ese de púas,
que pretender escalarlo
es la cosa más estúpida
que se te puede ocurrir,
porque te haces mucha pupa
al pincharte y que te maten
es una cosa segura,
pues disparan desde arriba
varios soldados con una
puntería escalofriante
y te envían a la tumba.
Todos se quieren fugar
pronto, con prisa y premura,
pues no les dan de comer
bistecs, langostino o trufas,
sino un arroz asqueroso
y, si tienen suerte, alubias.
Sus condiciones son malas:
no tienen gimnasio o duchas
y, para colmo de males,
carecen de rayos UVA.
Y como, además, les hacen
que trabajen como mulas,
todos piensan que estarían
más a gusto en las Bermudas,
disfrutando de la playa
con unas gachises rubias,
tumbados en una hamaca
y borrachos como cubas.
Por esta razón decide
toda la gente reclusa
que escaparse de una vez
en una fecha oportuna
es lo único que importa
y que lo demás son músicas.
Juntan a expertos que puedan
colaborar en la fuga.
Hay un preso muy mañoso
destripando cerraduras;
otro que sabe robar
cigarros, café y azúcar;
otro que sabe cavar;
otro que es experto en plumas
(lo que queremos decir
es que el sujeto dibuja
bien, por lo que hará fal-
sificaciones de altura);
otro es sastre militar
y experto en alta costura,
por lo que podrá emplear
su habilidad con la aguja
para hacer trajes con telas
sacadas de la basura.
En fin, que juntando esfuerzos,
con tesón y con astucia,
se escaparán de la cárcel
con papeles, varias mudas,
comida para tres días,
barbas falsas y pelucas,
provistos de varios mapas
(y algunos hasta de brújula)
y sabiendo contestar
en buen alemán alguna
frase que otra, por si alguien
les cuestiona o les pregunta.
Cavan un túnel que sale
de debajo de una estufa
y no se comen la tierra
pues piensan en una argucia
y que consiste en llenarse
con aquellas tierras sucias
los bolsillos y dejarlas
caer, mientras que circulan,
por las perneras, al tiempo
que con el pie las empujan
y esparcen, porque los a-
lemanes no los descubran.
Forman un grupo coral
para que les dé la murga
a los malvados teutones
y con sus gritos encubra
el ruido de martillazos;
y mientras el coro actúa
cantando God Save the King
desgañitándose, sudan
los cantantes dando golpes
de maza con fuerza hercúlea
(o, si prefieren, sansónica)
y ampliando la hendidura
por donde habrán de meterse
con agilidad de pulga
los fugantes, cuando llegue
la hora de la huida súbita.
El túnel les da problemas,
porque a veces se derrumba
y encima de los que cavan
caen kilos de tierra húmeda,
de humus, detritus, cascotes,
arena, piedras y turba
que les sepultan y por
completo los despachurran.
Así, para apuntalarlo,
necesitan Dios y ayuda,
ya que les falta madera
para fijar la estructura.
Cogen baldas de los catres
y un preso se pega una
costalada que le balda
a él también y se desnuca
al tumbarse dando un salto,
pues del impacto se trunca
el somier, falto de base.
La acción sigue y continúa
y, mal que bien, se termina
el túnel; se hace la última
comprobación para ver
si el plan es una chapuza
o si pueden tener éxito
y gritar un «¡Hip, hip, hurra!»
Eligen la luna nueva
de la noche más nocturna
para atravesar el túnel
y aprovechar la penumbra
para escapar escapados,
y rezan porque haya bruma.
Se meten por un extremo
y salen por la otra punta,
pero hete aquí que el «cerebro»,
el que lleva la batuta
y planea todo el plan
no sabe hacer ni una suma
y calculó mal el trecho
que hay hasta el bosque, y resulta
que se han quedado muy cortos.
Esto causa mala uva
en los presos, que prometen
que le darán una tunda
al que equivocó los cálculos
y es el que tiene la culpa
de que al salir del bujero
pueda verles la patrulla.
Como no tienen opción,
van saliendo de una en una
todas aquellas personas;
pero una se aturulla,
tropieza, cae, hace ruido
y esto provoca la búsqueda.
Los alemanes persiguen
(con perros que tienen mucha
hambre) a los presos fugados
y la huida se trabuca.
Unos se suben a un tren,
más los que van en su busca
los encuentran y detienen.
Otros se van en falúa
(en bote, vaya), remando,
y cruzan de punta a punta
toda Alemania enterita
hasta el Báltico (es de chufla).
Otro monta en una «bici»
e intenta llegar a Rusia
a golpe de pedaleo,
mas se equivoca de ruta
y acaba en Francia (¡qué cosas!),
en donde se une a la lucha
de la Resistencia contra
el nazismo y su gentuza.
Otro va en motocicleta
y le ponen una multa;
luego se sube a un avión,
mas con tan mala fortuna
que queda sin combustible,
cae y se pega una chufa.
En fin: de setenta presos,
se salvan ocho. ¡Qué angustia!
A los demás les disparan
hasta que todos se arrugan
y mueren. Con esta escena,
que entristece y espeluzna
y te provoca mil lloros,
se acaba la «pelicúla».
(Lo he tenido que volver a hacer. Lo siento.)