Aquí cuento una película
famosa de Stanley Kramer:
la que se llama Adivina
quién viene esta noche. Salen
la Hepburn, Sydney «Poatier»
y también Spencer «Tracey»
o «Treisy» o como se diga.
¡Vaya un título intrigante!
La tesis que el filmpretende
transmitir al respetable
es que, aunque pretendan serlo,
ya no quedan liberales;
porque cuando llega un día
la hija a casa de sus padres
a presentarles a un novio
del color del azabache,
quedan ambos boquiabiertos,
se les congela la sangre,
sienten dolor en el píloro
y frío en los genitales,
y se arrepienten de haber
educado en ideales
no racistas a su hija.
Pero ¿qué han de hacer? Ya es tarde
para arrepentirse de ello
por más que les desagrade.
Aún les queda una esperanza:
si el negro fuera un pillastre,
un inculto, una hez social,
pues podrían descartarle
en ese casting de yernos.
Pero el recurso no vale,
porque resulta que el negro
ha sido en siete hospitales
un médico muy famoso
y de los más importantes,
y gana todos los meses
muchos miles de «doláres».
Además, tiene cien títulos:
licenciaturas y másteres
que le acreditan de hombre
muy capaz y muy yernable.
Spencer Tracy se encuentra
atascado en un impasse:
por un lado el negro es O.K.,
es educado y amable,
es guapo, sus dientes son
un anuncio de «Colgate»;
además, Tracy presume
de respaldar todo avance
social y de ser muy «progre»
todos los lunes y martes.
Pero, por el otro lado,
sus instintos despreciables
le hacen preferir la horchata
a un tazón de chocolate
y no quiere tener nietos
parecidos a su padre,
porque una cosa es ser «progre»
y otra cosa es que se encame
tu hija con un negro de ésos
tan famosos por sus partes.
Va pasando la película
sin que el argumento avance.
Llegan los padres de él,
cenan, se les hace tarde,
urge decidir si dan
venia para que se casen...
Si esto fuera de verdad
Tracy le largaba un cate
al negrito y le ponía
de patitas en la calle.
Pero como es una «peli»
hecha en Hollywood (Los Ángeles)
el final feliz es un
requisito indispensable.
Así es que, al final del film,
Tracy se pone tratable
y les da su bendición.
Se dirán: ¿por qué lo hace?
¿Por qué cambia de opinión?
El guionista no lo sabe.
Lo hace y ya está. El film acaba
a punto del mestizaje:
la rubita está contenta,
el negrito se relame.
Serán felices y co-
merán perdices y hojaldres.
Moraleja: el alma humana
es un abismo insondable
y en entender sus misterios
Freud fue sólo un principiante.