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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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Jacobo Dicenta

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Los Dicenta y los Jardiel hemos sido amigos desde generaciones. Mi abuelo lo fue de Joaquín, el iniciador de la saga teatral y autor de Juan José, una de nuestras más destacadas piezas de denuncia social. Mis padres lo fueron mucho de su continuador, Joaquín Dicenta (hijo), dramaturgo a mi ver en nada inferior a Eduardo Marquina o Francisco Villaespesa. Escribió el más bello drama lírico que conozco, Son mis amores reales..., sobre la vida y muerte del conde de Villamediana.

Yo estuve viviendo varios meses en la casa de Moncho, hijo de Joaquín hijo. Yo tenía diecisiete años, estaba solo en Madrid y compartí con él una casa llena de enfermeras simpatiquísimas, de la cual tendrían la llave no menos de veinte personas. Allí mucha gente entraba y salía, y era una verdadera escuela de vida. Moncho era escritor en ciernes y gran lector. Me daba sus textos para que los leyera y yo le daba cosas mías, que él corregía. Fue quien me descubrió a Borges, no les digo más.

En cuanto al otro hijo de Joaquín, Manuel, también fue compañero de mis padres en varios montajes. Era especialista en decir el verso y fue —merecidísimamente— catedrático de declamación en la Real Escuela Superior de Arte Dramático. Y yo, sin haberle conocido en mi vida, fui su alumno, pues cayeron en mis manos dos discos con una grabación suya de Los intereses creados, hecha en 1965. Manuel Dicenta era Crispín, Asunción Sancho interpretaba el papel de Silvia, Josefina Santaularia hacía de doña Sirena y Félix Navarro ponía voz a Leandro. Escuché aquellos discos docenas de veces y creo no mentir si digo que si hablo en escena medianamente bien, es gracias a aquellas voces, que me enseñaron con un ejemplo magistral muchísimas cosas sobre prosodia, entonación, pausas y matices.

De ahí mi alegría cuando tuve la oportunidad de trabajar con Jacobo Dicenta, hijo de Manuel, en una comedia mía, que yo dirigía y en la que también actuaba: Galdós en los infiernos, que sigue de gira por esos mundos en el momento de escribir estas líneas.

Cuando Jacobo llegó al primer ensayo, ya se sabía el texto por sopas, lo que les dará a ustedes una idea de su profesionalidad.

Jacobo es un gran actor —eso yo ya lo sabía—, pero no es del producto final (su actuación en escena) de lo que quiero hablarles, porque siempre ha habido grandes artistas completamente inaguantables, divos, problemáticos, descontentadizos y puñeteros, pero él era todo lo contrario. Les mencionaré sus sutilezas a la hora de enfrentarse con los inevitables roces y dificultades que surgen en los ensayos y durante el montaje de una obra.

En primer lugar he de decir que él respetó mi texto como si fuera de Calderón. Otros actores creen saber más que tú y te dicen cosas como: «¿No sería mejor que en esta escena en vez de decir esto dijera esto otro?» o «Yo no estoy cómoda diciendo esta frase. ¿Se podría quitar?» A veces es inútil decirles a los actores que quitando esa frase el discurso queda cojo y  sin sentido. Siempre creen saber más que tú, lo que te lleva a pensar: «Si sabes tanto, ¿por qué no escribes tú una obra? No has redactado una línea en toda tu vida, pero me enmiendas la plana con toda tranquilidad.» Pero Jacobo no es de esos. Si una obra no le gusta, siempre puede optar por no hacerla, pero elegir algo porque te parece bien y luego querer cambiarlo no parece muy coherente, ¿no les parece a ustedes?

Y luego está el sutil equilibrio entre la obediencia y la independencia, que también sabe lograrlo. El actor ha de participar en el proceso creativo de la comedia y sugerir al director todas las genialidades o majaderías que se le ocurran, por si mejoran en producto final. Jacobo aportó grandes detalles al montaje sin ofender a nadie ni socavar autoridades.

Pero, sobre todo, lo que más me gustó de su actitud en todos y cada uno de los ensayos es que su interpretación era continua. Lo explicaré. Otros actores se relajan en ocasiones. A veces ensayan mal, sin concentración y sin brío, porque les duele el estómago o toman el ensayo a broma porque están especialmente contentos. Y —lo más grave— si pasan tiempo en escena sin tener que hablar, desconectan de la obra por un tiempo, en espera de que llegue su frase, y dejan de interpretar con el cuerpo y el gesto. Jacobo es un maestro en lograr que esto no suceda. Está de lleno metido en la comedia y reacciona ante cada frase de sus compañeros. Este es uno de los principales deberes de un actor y Michael Caine describe perfectamente esta técnica en su libro What’s is All About?: cuando el personaje no habla, el intérprete debe pensar una frase en respuesta a cada diálogo de sus compañeros y, finalmente, optar por no decirla; de esa manera, la respuesta corporal es perceptible y satisfactoria.

En cuanto a la técnica, he de decir que Jacobo enriquecía a su personaje con nuevos gestos y nuevos movimientos en cada ensayo y que, una vez aprobados, los fijaba por completo, de forma que en el ensayo siguiente los repetía a la perfección. Esto suponía una gran tranquilidad para el resto del elenco, que sabía perfectamente dónde estaría Jacobo en cada frase, qué gesto haría o qué pausa insertaría antes o después de tal o cual frase. De esta manera, la posibilidad de error en escena se reducía a un mínimo.

En realidad, podría seguir detallando sus habilidades interpretativas, pero ustedes ya se han hecho una idea. Y, consecuente con este amor por su profesión, Jacobo es un gran conversador sobre temas teatrales. Digo esto, porque en las agradabilísimas conversaciones que hemos mantenido, no hemos tenido necesidad de hablar de otra cosa. El teatro es su pasión, es genial que así sea y no te va nunca a hacer perder tu tiempo hablando del tiempo o de la tortilla de patatas.

Conocemos a miles de personas a lo largo de nuestras vidas y todas trabajan en algo (salvo los rentistas y los funcionarios, como suele decirse). Si todas ellas amaran y conocieran su profesión tanto como Jacobo, nos enriqueceríamos unos a otros más allá de todo cálculo. Como por desgracia no es así, la amistad con una persona como Jacobo tiene infinito más valor.

 


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