Dijo Wilde que el arte es un placer solitario (no ese placer solitario en el que están pensando). De hecho, el artista es siempre un individualista; no se puede hacer arte por sufragio universal.
Consejo gratuito (porque no veo la manera de cobrarlo): desconfiemos del arte que les gusta a los gobiernos.
Hoy, aprovechando que hay niebla, me voy a meter con Moratín. Con Moratín hijo, porque el padre no me ha hecho nada. Y ¿por qué, se preguntarán ustedes? Pues por ser el inventor de lo que podría denominarse «arte gubernamental» o hecho desde el poder.
El siglo XVIIIprodujo, ¡qué duda cabe!, cosas dignas de mención: la Ilustración, el globo aerostático, las partidas de «faraón»... Pero literariamente fue pigre. Y si fuera de nuestras fronteras se salva alguno (no muchos: Voltaire y pocos más), dentro de nuestro marco patrio no se salva nadie. Todos nuestros literatos son o bien regulares (Cadalso, Feijoo) o bien lisa y llanamente malos (Jovellanos, ese escritor que se inmortalizó él solo con su inmortal obra Informe sobre el expediente de la ley agraria).
Y a algunos no les basta con ser malos, sino que son perversos, como es el caso del que nos ocupa: Moratín, née Leandro Fernández de Moratín.
Pues el tal Fernández, considerado máximo exponente del teatro español del 1700, solo escribió cinco comedias, de las cuales una (El barón) es una refundición de otra (El sí de las niñas), que no es sino un estúpido deshojar de margaritas argumentales: Me caso con el viejo, no me caso con el viejo, me caso con el viejo, no me caso con el viejo, me caso con el viejo...
Al final no se casa. ¡Ah, cuán importante —resume el muy majadero— es el «sí de las niñas», el consentimiento de la interfecta!
Generaciones de feministas despistadas han querido considerar este bodrio como un panfleto en pro de la independencia de las donas. Craso error, porque ella no elige casarse con el pretendiente joven o el pretendiente viejo. Ella está dispuesta a obedecer a su madre y casarse con quien ella le diga, o sea que rebelde y moderna no parece. Es el viejo el que al final retira su candidatura y desactiva la bomba social (acción psicológicamente increíble). Al final, todo se queda como estaba y a eso se considera una joya del teatro burgués.
También escribió La comedia nueva o El café, en donde varios personajes hablan de la comedia nueva, sentados en un café. Aquí Moratín llega a la conclusión de que la comedia nueva (la que hacía Moratín) es mejor que la comedia vieja (la que habían hecho todos los escritores anteriores a Moratín). Autobombo de primera.
Lo que ha de recordarse al biografiar o semblancizar a Moratín es que fue Presidente de la Junta de Teatros (o sea: Ministro de Teatro, por así decirlo), la eminencia nacional y oficial en la materia, y empleó su poder para prohibir que se representasen en absoluto las obras inmortales de Lope, Calderón y el resto de la panda barroca, por considerarlas malas y nocivas. Contando las quinientas que quedan de Lope, trescientas de Calderón, doscientas de Tirso, cien de Vélez, otras cien de Ruiz de Alarcón más las de los otros, suman unos cuantos miles. Nunca nadie antes ni después (ni el cardenal Cisneros, ni los nazis) prohibieron tantas obras literarias de un plumazo.
La elevación de personajes de esta calaña a puestos de responsabilidad nacional es mayor motivo de vergüenza para un país que cualquier derrota en los campos de batalla, porque es mejor que los marroquíes nos quiten la isla de Perejil a que un ministro español nos quite a Calderón.
Y, no contento con fastidiar la tradición teatral española, Moratín extendió sus impulsos censuriles a otros autores foráneos.
¿Recuerdan esa preciosa escena de Hamlet en la que el protagonista y Horacio se encuentran a un sepulturero? ¡Sí, hombre, cuando Hamlet toma en sus manos la calavera del bufón Yorick, muerto años ha, la besa y llora con su recuerdo! Pues Moratín prohibió esta escena porque le parecía altamente inmoral que el sepulturero cantase «mientras cavaba una fosa».
Creo que no hay que extenderse más para denunciar el peligro que para la cultura representan los tontos con poder.