Sonia Saavedra: Ambar y turquesa, Malbec ediciones, Cartagena, 2021, 118 págs.
Este breve pero acertado libro tiene lo que en su día el filósofo Julián Marías —digno discípulo de Ortega en lo referente al estudio del estilo— denominó «calidad de página», algo sencillo de describir pero harto difícil de lograr. La calidad de página es la prueba definitiva que revela quién es escritor y quién solamente finge serlo, aunque consiga engañar a muchos. Abriendo un libro una página elegida al azar, ha de hallarse en ella razón más que suficiente para leer las demás: un asunto que se revela apasionante, una intriga que nos atrapa o, como en este caso, una prosa que nos subyuga.
Nada hay más complicado que escribir lo que parece sencillo. La elegancia y la personalidad son lo que marca la calidad de un escrito. En esta recopilación coherente de trabajos sueltos hallamos un elegante homenaje al principito de Saint-Exupéry, unos escritos de cuidada cotidianeidad, unas pinceladas costumbristas y descriptivas, un agradecimiento a la música que ha acompañado a la autora. Podrían haber sido otros asuntos. Como dijo acertadamente Balzac «Todo es tema». El quid de la cuestión no es escribir de cualquier manera sobre algo muy interesante, sino saber hacer interesante lo que en principio pudiera no parecerlo o lo que no lo fuera para todos. Ese objetivo lo consigue Saavedra de una manera magistral. Leemos y queremos seguir leyendo, al tiempo que nos detenemos y volvemos un poco atrás, para volver a deleitarnos con la limpieza y claridad de la prosa.
Amplia capacidad de observación del mundo, exquisita prosa, sencillez sin pretensiones, gran dominio del diálogo, empatía con todo lo humano. ¿Qué más hace falta para escribir un libro memorable, de esos que conservas con cariño entre tus más preciados volúmenes?