Bertrand Russell ejemplifica el capitalismo esto magníficamente con el ejemplo de la fábrica de imperdibles.
En un país (hipotético) diez mil obreros trabajan ocho horas diarias en una fábrica de imperdibles, con los que se abastecen las necesidades de dicho producto. Todos cobran un sueldo justo y suficiente para su mantenimiento y el de sus familias.
De pronto se inventa una máquina que hace los imperdibles el doble de rápido.
Russell plantea la consecuencia honesta y sensata que tendría que derivar del tal hecho. No se pueden vender más imperdibles, así es que se seguirá fabricando el mismo número de imperdibles en la mitad de tiempo, se seguirán vendiendo al mismo precio, la fábrica ganará más dinero (porque ahorrará costes de electricidad, etc.) y los obreros (que seguirán cobrando el mismo sueldo) en vez de trabajar ocho horas, trabajarán sólo cuatro. Este descanso y horas de ocio aumentarán considerablemente la felicidad de diez mil personas.
La realidad es que el patrono, poseedor de la máquina maravillosa, en el afán de ganar el doble, despide a la mitad de los obreros para ahorrarse su sueldo, con lo cual el invento destinado a mejorar las condiciones de vida del trabajador, sólo consigue proporcionar paro, miseria e infelicidad patentes a cinco mil personas y sus familias.
Ésa es hoy por hoy nuestra civilización.