Yo no sabía cómo funcionaba el mundo. Pero el otro día, por mediación de una querida amiga, me enteré.
Por ejemplo: no podía comprender por qué las películas que se dan en televisión son siempre malas y las mismas.
Parece ser que todo se debe al «packismo», esto es: a la estructura socio-económica que funciona por «packs» o lotes. (¿Me permiten llamarlo «lotismo» de ahora en adelante, en un intento de salvaguardar la pureza de la lengua?)
Así es que a las televisiones les venden las películas en lotes: tres películas buenas (estoy siendo optimista) y noventa y siete malas. A emitir tantas veces cada una en un período máximo de tanto tiempo. Por eso nos las pasan por la «tele». Da igual que los públicos se las pasen por otro sitio; ellos las pasan. ¿Quién no ha visto Arma letal III ocho veces antes de decidir no verla por novena vez?
Pero lo terrible es que esto no se aplica sólo a las películas. Si una productora quiere contratar a un buen actor para una serie o un largometraje, el representante del susodicho se lo cede en «pack»: él, con ocho actores malos añadidos. Lo tomas o lo dejas. (Eso explica muchas cosas.)
¿Y lo que no es la «tele»?
Llamas a una agencia de diversión, para que te manden dos chicas a tu domicilio y seguro que, junto con la estupenda, te colocan a una fea. Viene en el «pack».
Te casas y te toca apechugar con la suegra inaguantable y el hermano tonto.
Quieres ver la «tele» y cada serie de cuarenta minutos va acompañada de veinte minutos de anuncios.
Pides un filete muy hecho y lo acompañan con treinta y seis patatas medio crudas.
Votas a un político y luego te aguantas con todos los majaderos del partido.
No hay que quejarse. Hemos aceptado de antemano el lotismo como forma de funcionamiento social. Por eso, si te empeñas en tener una España, tendrás que soportar a los españoles, porque ellos también vienen en el «pack».