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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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Bacon y Lulio

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           Dicen que Roger Bacon (1210-1292) fue un pensador más profundo de lo que lo fue Francis Bacon tres siglos más tarde. Sin embargo, es menos conocido, porque su tacañería le llevó a mandarse hacer menos retratos que el otro. Escribió un montón de obras que agobiaron mucho a los teólogos de su orden franciscana que tenían que leérselas. Estos rogaron al Papa que pusiese fin a la incontinencia escritural de Bacon y en el año 1270 le encarcelaron para que parara.

           Para Bacon tanto la filosofía como la ciencia, aparte de refrendar la verdad revelada, no sirven para maldita la cosa, como se colige de su frase «Una est tantum sapientia perfecta quae in sacra scriptura totaliter continetur»,muy conocida por aparecer en muchos libros de aforismos y que renunciamos a traducir, pues estamos seguros de que todos nuestros lectores dominan a la perfección y desde la guardería el latín eclesiástico.

           De acuerdo con su planteamiento, Dios enseñó a los hombres a filosofar, pues ellos solos hubieran sido incapaces. Pero no fue del todo claro y las verdades se mezclan con el error. Por ello la sabiduría se encuentra en los primeros tiempos y hay que buscarla en los filósofos antiguos, pues los jóvenes no saben de la misa la media, como suele decirse. Pero para tener una visión panorámica y cinemascópica del saber, se han de conocer la historia, las leyes y las matemáticas, para poder interpretar la naturaleza sin hacer el ridículo. Esto lleva a un «tradicionalismo científico» que le da a Bacon un punto de ambigüedad que le sienta bien.

 No acabamos de decidir si incluir a Raimundo Lulio (1232-1315) en este panteón de filósofos o si dejarlo fuera, a la intemperie, para que le dé el aire. Finalmente, nos compadecemos de él y le dejamos entrar, para que no se constipe.

           La vida de Llull (a él le gustaba más la forma catalana) fue novelesca: sedujo chicas, se le apareció Cristo crucificado, viajó, se construyó un monasterio con el dinero que le proporcionó su libro Ars demostrativa, intentó promover una cruzada, se hizo franciscano, naufragó, fue apedreado en varios lugares, aprendió el árabe para convertir a los infieles, se consagró a la lógica, fue declarado loco por el Papa de turno y, según dicen algunos cronistas, fue linchado por una turba de señores que estaban hartos de él.

           Llull dijo que había inventado un nuevo arte de razonamiento que servía para convertir a los musulmanes al cristianismo. Afirmó que construiría una máquina que, de manera automática, presentaría sus argumentos combinados de la manera más adecuada para su propósito. Era una especie de regla de cálculo del espíritu, que se hacía cada vez más y más complicada. Esta demostración de los atributos de Dios por medios matemáticos interesó siglos más tarde a Leibniz y a otros yonkis de los números, pero su valor filosófico es problemático, por decir de una manera suave que es completamente inútil.

           En el terreno de la filosofía, se dijeron en el siglo XIV un montón de cosas que —sinceramente— escapan a nuestra comprensión. Queremos creer que los de aquel siglo sí las entendían, porque eran todos bastante raritos, hay que reconocerlo.

           Los pensadores y los científicos del tiempo estaban preocupados por dos temas fundamentales: como curar el resfriado común (empresa en la que no tuvieron el éxito deseado, por lo que le legaron el problema a los sabios de los siglos posteriores con la fe de que ellos sí la resolverían) y el peliagudo asunto de la relación entre filosofía y teología: ya saben, cuál era más importante y cuál de ellas tenía que prepararle el desayuno y hacerle la colada a la otra por ser simplemente una auxiliar suya.


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