A los pocos días de llegar a Nueva York, en 1933, Jardiel, monta en un tren para cruzar todo lo cruzable y llegar hasta su meta: Hollywood. Su disposición de ánimo es excelente, como se desprende de una tarjeta postal que le envía a su editor: «Estoy en Chicago, pero todavía no he visto ningún bandido; deben de haberse acostado, porque son las once de la noche.»
(Más tarde aprendería a no tomarse a broma esas cosas, pues unos meses más tarde, en el renombrado Cotton Club, en donde se hallaba jugando a las cartas, como comenzase a ganar continuadamente, le apuntaron descaradamente con una ametralladora. Tuvo que hacer milagros con las cartas para perder todo el dinero que había ganado y algo más, para poder salir de allí ileso.)
Ya instalado en la Meca del cine, Jardiel se dedica durante varios meses a escribir guiones de encargo. Elabora diálogos en castellano de películas ya estrenadas, hace algún pequeño papel como actor y lleva a cabo la ímproba tarea de hacer hablar en castellano puro a los actores norteamericanos, mejicanos, venezolanos y panameños, catalogados por la Fox como «actores hispanos».
Emplea sus horas libres en conocer aquello y se lleva muchas sorpresas:
* Existen «cartas del perezoso», que describen Hollywood en detalle, para que no haya que molestarse redactándolas si se quiere contar a la familia cómo es la ciudad.
* Se anuncian por la radio las casas de juego clandestinas.
* Se va de pic-nic al desierto cercano, que se pone «de bote en bote» los fines de semana.
* Hay telegramas de felicitación ya redactados; sólo hay que mencionar el número que se quiere enviar y pagar su importe.
* Los retretes públicos carecen de puertas.
* La gente sin mucho dinero viaja en patines.
* Los trenes atraviesan las calles, matando a varias personas todos los días, para que las verduras lleguen cinco minutos antes.
* Los agricultores disparan tiros a las nubes para conseguir que llueva.
* Se anuncian los Evangelios en coches con megafonía.
* La ciudad tiene unas ruinas falsas del siglo XIII para que se citen allí los enamorados.
Jardiel acaba con la impresión de que allí están todos locos.