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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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Los epicúreos

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         Siguiendo con nuestro divertido periplo por la tierra del yogur, retrocedemos un poco y nos damos de bruces con las doctrinas de Epicuro(341-270) quien fue el primero que se lanzó a manifestar en voz alta lo que todo el mundo pensaba y no se atrevía a decir: que los objetivos del hombre eran la buena comida y las mujeres complacientes.

           (Esto realmente es una simplificación. El placer del que habla Epicuro no es un placer cualquiera: ha de ser puro, duradero, estable e implica necesariamente el alejamiento de la política, que hace la vida placentera completamente imposible.)

           Se compró una casa con un gran jardín en un barrio residencial en las afueras de Atenas y allí montó una escuela filosófica con sus amigotes, muchos esclavos y mujeres guapas. Los atenienses, envidiosos por naturaleza, dijeron que no se dedicaba allí a buscar verdades sino las felicidades más inmediatas y de más fácil alcance.

           El pensamiento de Epicuro, cuando estaba sobrio, se puede resumir en tres principios:

           El primero sería el sensismo: la sensación es el criterio de la verdad. Si no sentimos algo con respecto a un tema determinado, es porque no es importante. Si no sentimos nada de nada, es que estamos muertos y el problema de la búsqueda de la verdad se resuelve por sí solo o, al menos, deja de importarnos.

           Luego defendió el atomismo leucipiano y democrítico (¿se dice así?). Las cosas se crean y se destruyen por combinación y destrucción de los átomos, que son inquietos por naturaleza y están todo el rato moviéndose.

           Por último, Epicuro es semicreyente y semirreligioso, por lo que defiende un semideísmo que le lleva siempre a quedarse a medio camino entre tener razón y quedar como un estúpido. Lo que él piensa es que los dioses existen, sí, pero que están a lo suyo y no se ocupan para nada de los humanos, porque tienen cosas mucho mejores en qué invertir su tiempo que verlos a estos hacer tonterías sin parar. Por eso lo mejor es no tener mucho trato con ellos; o sea: cada uno en su casa y los dioses en la suya también.


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