La doctrina estoica se extiende como un chicle desde el siglo iv a.C. hasta el ii d.C. La fundó Zenón de Citio (336-264) en un citio que se llamaba... (perdón, «en un sitio», ha sido por la velocidad adquirida)... en un sitio que se llamaba Stoàpoikíle[pórtico de las pinturas], de donde tomó el nombre. (Es curioso ver la poca imaginación de todas estas escuelas a la hora de elegir los nombres de empresa.)
Zenón justificó filosóficamente el suicidio y lo hizo tan bien y le aplaudieron tanto, que no tuvo más remedio que quitarse la vida, para no parecer incoherente. De sus obras solo nos han llegado fragmentos recogidos por otros autores, de esos que rebuscan en citas olvidadas para salpimentar su prosa, adornándose con plumas ajenas.
Pero el máximo exponente y peso pesado de los estoicos (y bastante pesado, por cierto) fue Crisipo de Solos (281-208), quien dijo que Dios y el mundo están tan identificados que no hay forma de separarlos por muchos esfuerzos que uno haga.
El quid del asunto está en vivir conforme a la naturaleza y aceptar las cosas como vienen, ya que al ser humano no le queda otro remedio. Los estoicos parangonan la felicidad con la virtud, la independencia con la sabiduría y la naturaleza con la razón; y añaden también que, aunque se llamen de manera diferente, las lionesas y los profiteroles son el mismo tipo de pastel.
En su afán de copiar a los griegos, algunos filósofos romanos posteriores como Séneca de Córdoba (4-65) y Marco Aurelio de Roma (121-180) dijeron más o menos lo mismo que ellos habían dicho. Séneca insiste en que las pasiones son nefastas, destrozan el espíritu y, además, te acaban costando mucho dinero, por lo que es mejor evitarlas siempre que se pueda. Marco Aurelio contribuye con su probabilismo, que viene a insinuar que no existe una verdad fija, sino solo la posibilidad remota de que algo se le parezca un poco.
Pasaron toda su vida en busca de la ataraxia, que no era el nombre de una cortesana famosa por sus habilidades en decúbito supino, sino la palabra griega para la apatía (en el buen sentido), o sea: la imperturbabilidad que hace que al estoico tanto el placer como el dolor le importen un frigittello (famosa variedad de pimientos italianos, de la especie Capsicum annuum, que se encuentran en la Toscana si se busca bien).