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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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MARÍA ANTONIETA, UNA REINA ATOLONDRADA Y CON MUY POCA CABEZA

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Se han hecho muchas películas
en torno a María Antonieta
y también hay «escribidas»
biografías por docenas.
Unos dicen que era casta
y otros, que una mala pécora.
¿En qué quedamos, señores?,
que la intriga nos desvela,
la duda nos hace migas,
la curiosidad nos cerca,
la incertidumbre nos roe,
la incógnita nos aprieta
y no hallaremos sosiego
sin saber a ciencia cierta
si la reina susodicha
era mala o era buena.

Tras leernos muchos libros
sin dejar ni las cubiertas,
tras consultar a eruditos
y aguantar a los muy pelmas,
tras beber en muchas fuentes
sin tener la boca seca,
concluimos firmemente
que nadie tiene ni idea.
Así es que les contaremos
la historia a nuestra manera
y si a alguno no le gusta,
que reclame donde pueda.

Era esta niña pilonga
hija de María Teresa,
una emperatriz austriaca
que tenía un palacio en Viena
(aunque parece que a veces
veraneaba en Manresa,
donde vivía un primo suyo).
Como fuere: la muy mema
pretendió llevarse bien
con la corte versallesca
y casó a su hija con el
Delfín, un niño que era
cretino y zangolotino,
gordo cual una ballena,
más estúpido que un selfie
y más soso que una ameba.

Así que murió Luis XV,
víctima de la viruela,
María Antonieta y Luisito
fueron la regia pareja,
pero, ¡ah, dolor!, el monarca
tenía un pequeño problema
en una región que está
entre el muslo y las caderas
y a su esposa no podía
en nada satisfacerla.

¿Resultado? Pues muy malo,
porque, por esto, la reina,
de frustración acabó
estando muy neurasténica.
Y si antes de este fiasco
era ya un tanto coqueta,
tras el fracaso nupcial
se desató de manera
que de sus líos eróticos
pronto se perdió la cuenta.
Los franceses se enfadaron
con la lasciva extranjera
e hicieron libelos donde
la ponían de vuelta y media,
porque llevaban muy mal
que Luis XVI tuviera
sobre sus sienes reales
una regia cornamenta.

La cosa no quedó ahí
porque la reina, que era
muy gastona y manirrota,
organizaba unas fiestas
de aquellas de «aquí te espero
en casa haciendo calceta»
que le costaban un ojo,
los párpados y las cejas,
y que dejaban temblando
las finanzas palaciegas,
por lo que se la llamó,
«La Culpable de la Deuda»
«Madame Deficit» y otras
cosas bastante más feas.
Si a todo esto se suma
la circunstancia de que ella
era alemana, se entiende
que acabara sin cabeza
a las primeras de cambio
(la Revolución Francesa).

Seguimos con nuestra historia:
la aristocracia se daba
la gran vida, todo a expensas
del pueblo llano, que estaba
que se comía las piedras
de pura hambre. No es extraño
que saltase la espoleta
y aquella bomba social
les explotará en la jeta
de manera contundente
a las clases sinvergüenzas:
los dos primeros estados
(léase el clero y la nobleza).

No contaremos aquí
la revolución aquella;
si alguno no la conoce,
si hay alguien que no la sepa,
nuestro consejo es que vaya
a Salamanca y aprenda.
Iremos directo al grano
para acabar el poema:
el tercer estado dio
a la tortilla a la vuelta,
estableció la República,
compuso La Marsellesa,
inventó el paté de foie,
le cortó al rey la cabeza,
persiguió a los aristócratas,
se metió en guerras con media
Europa y armó un gran cisco
que aún hoy día se recuerda.
Y como gran colofón
de aquella orgía sangrienta
en que se guillotinaba
a sesenta o a setenta
un día si otro también,
se quiso acabar la juerga
afeitando a la alemana
una mañana cualquiera.

¡Oh, qué horror! Al relatarlo,
señores, se nos congela
de golpe toda la sangre
que corre por nuestras venas
y se nos eriza el vello
de los brazos y las piernas.
¡Pobre Mary! ¡Pobrecita!
Nos produce mucha pena
la forma en que la apiolaron,
pues lo que hicieron con ella
no estuvo ni medio bien.
Subida en una carreta
la llevaron por París
para que todos la vieran
y le dijeran mil cosas
que no eran sólo ternezas.
Durante todo el trayecto
las pérfidas verduleras
de la cité le arrojaron
tomates y berenjenas
que la pusieron perdida
de los pies a la cabeza.

La subieron al cadalso
(dicen que por la escalera),
le pusieron el cogote
sobre un trozo de madera
que estaba todo pringoso
de la sangre de la peña
y soltaron la cuchilla,
que descendió con la fuerza
de la gravedad que es
nueve con ocho en la Tierra.

Aquí acaba la semblanza
de aquella famosa reina
que fue un día la mujer
más famosa del planeta
pero que acabó su vida
hecha cisco y en dos piezas.
Y, para informarle, haremos
al lector una advertencia:
el género que describe
cualquier muerte tan cruenta
no se llama biografía
sino, más bien, biografea.

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