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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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La ciencia de la matación

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(Capítulo suelto del estupendo libro El asesinato considerado como una de las Bellas Artes, de Thomas de Quincey que no se incluyó en la obra original a causa de una curda del linotipista y que reproducimos aquí con permiso de un vecino del autor.)

 

 

          Ya sabemos de toda la vida que el ser humano es vanidoso por excelencia, por lo que siempre quiere destacar por algo original.

          Y, en la actividad de matar, matar a los vivos es algo sumamente vulgar: lo hace casi todo el mundo directa o indirectamente, ya que todos los gobiernos compran armas con el dinero de nuestros impuestos y algunos países se dan especial maña para ello.

          Así es que, si hay que matar, es preferible especializarse en matar a los muertos, labor que es más meritoria y —¿por qué no decirlo también?— que entraña menos riesgos.

          Yo he atacado el asunto con cuidada metodología y buenos alimentos. Me documenté a fondo y estudié en detalle el volumen del eminente matólogo brasileño Robertinho Flack titulado Killing me Even Softlier With his Song, donde se exponen los rudimentos de tal arte.

          El libro refuta a Hölderlin(g) (parece ser que la ‘ge’ es opcional), quien insistía en que era imposible asesinar a un cadáver. Daremos vueltas a este tema hasta que consigamos sacarle todo el meollo y aburrir a unas cuantas vacas.

          Para ponerse pedante sin previo aviso y a gran velocidad lo mejor en todos los casos es echar mano de la etimología, que nos cuenta que «homicidio» es matar a un hombre, entiéndase varón. «Crimen» es cualquier delito violento. «Asesinato» es ponerse hasta las cejas de hashish y cometer cualquier barbaridad. O sea, que no hay palabra precisa para designar el hecho. Pero no pasa nada, porque para eso estoy aquí yo. Invento una palabra adecuada para ese acto; ustedes, queridos lectores, la popularizan y el asunto queda resuelto de una vez por todas.

          La palabra que incluye todos los sentidos es, lisa y llanamente, ‘matación’ (acto de matar) y así la emplearemos a partir de ahora.

          Pasemos a definir en qué consiste la matación, para ver si es posible matar a un cadáver. Por ejemplo, cuando le pegamos un buen palo metafórico a un tío famoso ya finado estamos acabando con su prestigio: matamos su fama, por así decirlo. ¿Cualificaría eso como parte de la muerte de un individuo o individua? (Lo pongo en femenino también porque hay que ser políticamente correcto, cuando es gratis.)

          Porque en la muerte física que infligimos sólo le quitamos a la víctima una parte de sí: le privamos de su hálito vital, pero no de su nombre, ni de sus pertenencias ni otras cosas. Acabamos con ella solamente un poquito. Expresado más crudamente: sólo le matamos un cacho de su ser. De donde se deduce que despojar a un muerto de su fama es matar su recuerdo. Luego, al menos parcialmente, se puede hacer.

          También tenemos una convención que indica que no se debe hablar mal de los muertos, bien porque es de mal gusto o bien porque ellos no se pueden defender. Con más razón, estaría mal empeñarse en matarlos. Esta argumentación también es una falacia.

          En primer lugar, podemos decir que no hay que dejar de hacer las cosas porque sean de mal gusto. Comer pepinillos es de mal gusto y pocos se privan. Y otras cosas también lo son. Defecar, sin ir más lejos. Y no sería recomendable que dejáramos de hacerlo.

          En cuanto al segundo argumento, ¿quién ha dicho que los muertos no se puedan defender? Yo presumo de tener una mente racional y científica y no creo en fantasmas. Pero cualquier persona con sentido común les dirá que los fantasmas no existen pero que siempre es mejor no meterse con ellos, por lo que pudiera pasar. O sea, que existir, no existen; pero tienen muy mala uva y es mejor dejarles en paz. ¡Vaderetro! ¡Lagarto, lagarto! ¡Uníos, Hermanos Proletarios! (Esta última frase no encaja aquí muy bien, pero la he incluido de todas maneras.)

          Lo que no tendría sentido negar es que, matando a un muerto, todo son ventajas. Las enumeraré:

          1.—Quedas eximido de toda responsabilidad civil, porque en caso de apuñalamiento póstumo las leyes no están lo suficientemente claras, y las fiscalías, que llevan el trabajo con años de retraso, no pueden parar mientes en leerse el Código.

          2.—Tienes tiempo, porque el cadáver no va a ninguna parte. Esto es excelente, porque, matando a un vivo, el vivo se mueve mucho y es más difícil atinar. Hay que tener mucha más puntería. Además, no puedes matar a placer; tiene que ser cuando la ocasión lo permite, mientras que en el caso de la matación de un cadáver puedes respirar hondo, concentrarte o hacer ejercicios de relajación previos, lo que quieras. Todos los matadores experimentados coinciden en que lo peor del proceso, lo más fastidioso, es la espera en el callejón oscuro, detrás del cortinaje, etc. Con mi método todo esto te lo ahorras.

          3.—Se evita el ridículo, porque el apuñalado o baleado no se puede reír de nosotros. Esto tiene más importancia de la que parece. El cine nos ha dado una falsa visión del asesinato. En la vida real es muy posible que ataques a tu enemigo con un cuchillo y no se lo claves bien o lo bastante profundamente. Puedes fallar; entonces él se ríe de ti y a lo mejor te quita el cuchillo y te lo clava o cualquier otra permutación. En cualquiera de esos casos tu reputación queda hecha trizas. Si no consigues matarle bien tendrás a un enemigo para toda la vida que, además, se partirá de risa siempre que te vea y recuerde tu torpeza. Nada hay más ridículo que el que pega un tiro y falla. Queda como un novato y es el hazmerreír de todos. Esto, con un cadáver no pasa y podemos ejercitarnos con puñaladas de ensayo hasta darle la definitiva y quedar como matadores avezados.

          Podría seguir enumerando las virtudes de la matación de finados, pero creo que el asunto no necesita de mayor demostración.

 


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