He aquí la explicación de por qué cayó el imperio romano: porque, pese a su buena fama, los romanos eran tontos.
No hay más que estudiar sus frases lapidarias, que han pasado a otras lenguas llamándose ‘locuciones’, para darse cuenta de que eran gente muy primaria. Veamos algunas:
Aliquando bonus dormitat Homerus
[De vez en cuando hasta el buen Homero se queda amodorrado]
¡Faltaría más! ¿Es que pretendían que no durmiera en absoluto? El cuerpo humano necesita unas horas de sueño para poner en orden el material asimilado. La falta continuada de sueño puede provocar importantes desarreglos nerviosos e incluso la locura. Los romanos estudiaron a Homero, dispuestos a hacer una frase con él, y todo lo que supieron decirnos de tan grande genio era que dormía como cualquier hijo de vecino. ¡No me digan que no es pueril!
Credo quia absurdum
[Me lo creo, precisamente porque es una majadería]
Esta frase, atribuida a San Agustín, arroja luz sobre la mente humana, tan proclive a creerse las más estúpidas supersticiones y programas electorales. Pues bien: los romanos fueron los que primero enunciaron este principio vergonzante de la condición humana.
Errare humanum est
[(El hombre mete la pata con mucha frecuencia]
Se inventó este dicho para justificar los muchos errores que cometían los romanos un día sí y otro también. Analizando el asunto en profundidad vemos que tiene su parte de verdad: equivocarse es una característica propia del ser humano. Pero, aun así, hay seres humanos que se equivocan más que otros, y a ésos se les llama tontos.
Mens sana in corpore sano
[Listo y cachas]
Esto sería estupendo si pudiéramos conseguirlo. Por desgracia, esta concatenación de circunstancias se da poco. El sentido del adagio es sencillo: Si todo te va bien en la vida, ¡estupendo! Si no te va bien, ya no es tan estupendo. Esta perla de sabiduría se tradujo libremente en la conocida frase: «Si eres rico y con dinero, ¿qué más quieres, Baldomero?»
Manus manum lavat
[La mano lava a la mano]
Esto es un ejercicio sobre lo obvio. Podía añadirse que Manus auriculae lavat o Manus intima partis lavat. No sé cómo te vas a lavar sin usar las manos. Sé que dicen que hay mucha gente que se caracteriza por hacer las cosas con los pies, pero eso no es más que una metáfora muerta, un tópico lingüístico de los de tres al cuarto.
Verba volant, scripta manent
[Las palabras vuelan, lo escrito se queda allí sin moverse]
El sentido es que lo escrito es mejor; pero esto no es sino un cántico al inmovilismo y al mantenimiento del statu quo. Por otra parte, si las palabras son efímeras y hay que escribir las cosas, la vida se dificultaría. Vas a una tienda y le escribes al tendero en un papelito: «¿A cómo están los tomates?» Él, si sabe, te escribe a su vez en una pizarrilla: «¿Cuáles? ¿Éstos o los otros?» «Los de ensalada», replicas tú. Todo se complicaría y el día no nos cundiría nada.
Roma locuta, causa finita
[Lo dijo San Blas: punto redondo]
Esta expresión tampoco es directa, sino un cúmulo de figuras retóricas. Las ciudades no hablan; si Roma lo hizo, entonces es una prosopopeya. Tampoco habló toda Roma, sino sólo algunos de sus habitantes (los cardenales), lo que implica la parte por el todo, o sea: sinécdoque. Pero el Vaticano no está propiamente en Roma, sino pegado a ella, así es que además aquí me topo con otro tropo: la metonimia. Hay elipsis de verbo y también correlación de partes, así como esa otra figura conocida como hipérbole o exageración. Todo ese artificio para ocultar lo que en román paladino se llama pura y simplemente mangoneo.
Natura non facit saltus
[La naturaleza no brinca]
Que no hay eslabón perdido, vaya. Que, por más que nos empeñemos, entre los bichos y nosotros la diferencia de cromosomas es sólo de cuarto y mitad.
Hasta aquí la demostración.
Pero, ¡oh, paradoja! Los romanos, pese a ser tontos (como hemos demostrado), fueron grandes administradores y gobernantes, y esto es un hecho sabido e innegable.
Luego, ¿cómo calificar a los gobernantes de la actualidad, que no logran hacerlo ni medio igual que los romanos?
Siempre he tenido la sospecha de que en castellano nos faltan adjetivos.