
¿Qué decir, señores, del genio del bigote?
Porque genio del bigote sólo hay uno. ¿Que más da que otros lo hayan llevado? Porque yo no cambio una comedia de Pedro Muñoz por la obra o la vida de cualquier bigotudo: no quiero pintar como Dalí, no quiero mandar en el Tercer Reich de Hitler, no quiero ser acribillado a balazos como Zapata... lo que quiero es seguir poseyendo (y que no me roben nunca) los siete tomos de las Obras completas del amo de la risa, que tantos ratos de placer me han dado y me darán, y que me han curado más de una depresión y más de dos.
Porque su gracia era insuperable. Y sus obras, un pozo sin fondo de simpatía y de sensación agradable de vivir. Mientras lees sus trescientas y pico de piezas no te parece que pueda haber gente mala en el mundo, te reconcilias con tus semejantes, tu sistema nervioso se relaja y vives mejor. En su obra El padre alcalde, lo dice él mismo: «Lo mejor que hay en el mundo, después de una buena mujer, es una buena carcajada. Y el que la provoca con su simpatía, su talento o su inteligencia, merece la gratitud de las gentes». Por lo tanto, mi gratitud para ti, don Pedro Muñoz.
A lo largo de mi carrera teatral he montado varias de sus obras: La venganza de don Mendo, La plasmatoria, ¿Qué tienes en la mirada?, El castillo de los ultrajes, La academia... Y muchas piezas cortas. Y el resultado ha sido siempre excelente: la conexión con el público era total.
Entre mis preferidas se cuentan Los trucos, Fúcar XXI, La barba de Carrillo, Los cuatro robinsones, El sofá, la radio, el peque y la hija de Palomeque, La eme, La oca, El clamor... Podría seguir citando.
Muñoz Seca murió asesinado durante la guerra. Estará en el cielo (si hay cielo) haciendo reír a Dios (si hay Dios) y tocando el arpa (la existencia de las arpas parece que no es motivo de controversia) de una manera muy divertida, como hacía todo.
¡Mis respetos, maestro!
Y ahora, tres anécdotas, tomadas de acá y acullá[1], sobre la Monarquía, la Iglesia y la Muerte, tres temas de ésos que hay que ser muy grande para saber tomárselos a broma.
La primera historia que de él contaré se refiere a que en la tertulia de «Molinero» se hablaba de cuán rápidamente se propagaban los bulos en Madrid. Entonces Muñoz Seca propuso inventarse una mentira cualquiera y difundirla, a ver cuánto tardaban en volver a escucharla de labios de alguien, como una verdad indiscutible.
Para que no se sospechara quién podía ser el autor, Muñoz Seca se inventó una historieta contra la Monarquía (él era declaradamente monárquico). La fábula era que el Rey despertó a su hijo don Juan a las cuatro de la madrugada para ir a una cacería y que el Infante, al abrir los ojos, preguntó:
—¿Qué? ¿Ya nos han echado?
Los miembros de la tertulia se dispersaron y contaron la apócrifa anécdota. A los dos días, efectivamente, alguien se la transmitió a Muñoz Seca, adornada y aumentada, y con garantías de haberla escuchado de una fuente fidedigna de Palacio.
* * *
Los porteros de la casa de la calle de Velázquez donde vivía —un matrimonio de edad— murieron con pocos días de diferencia y el hijo de ambos le pidió al escritor que redactase un epitafio. Muñoz Seca escribió:
Fue tan grande su bondad,
tal su laboriosidad
y la virtud de los dos
que están, con seguridad,
en el cielo, junto a Dios.
Eran los años veinte y la Curia diocesana tenía que aprobar los textos de los epitafios. El autor recibió una carta del Obispado de Madrid, instándole a modificar el verso, puesto que, según el dogma, nadie podía afirmar de un modo categórico que unos cristianos hubieran llegado al cielo.
Muñoz Seca modificó la quintilla y la envió al Obispado. Ahora decía:
Fueron muy juntos los dos,
el uno del otro en pos,
donde va siempre el que muere,
pero no están junto a Dios
porque el Obispo no quiere.
El obispo se indignó y exigió una rectificación, alegando que la suerte de las almas de los muertos es un misterio inescrutable, por lo que el escritor hizo una tercera versión que nunca recibió respuesta del Obispado:
Vagando sus almas van,
por el éter, débilmente,
sin saber qué es lo que harán,
porque, desgraciadamente,
ni Dios sabe dónde están.
* * *
La tercera anécdota es más corta y más triste, pues se refiere al momento en que el autor iba a ser ejecutado y se dirigió a su pelotón de fusilamiento con las siguientes palabras:
—Podéis quitarme la hacienda, mis tierras, mi riqueza, incluso podéis quitarme, como vais a hacer, la vida —dijo. Y, tras hacer una pausa teatral para el efecto, añadió—: Pero hay una cosa que no me podéis quitar… y es el miedo que tengo.
[1] Con esto quiero decir que si tales anécdotas son malas o simplemente falsas, yo declino toda responsabilidad, pues me he limitado a plagiarlas.