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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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Roma, la cochambrosa

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          (Uno de los capítulos de la monumental obra The History of the Decline and Fall of the Roman Empire [Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano], de Edward Gibbon, un libro del que doscientos años después de su publicación aún no nos hemos podido librar.)

          Roma puede resultar un lugar de paisaje monótono y oler bastante mal, pero, en cambio, su historia y su legado cultural son apasionantes y dejan patidifuso al historiador. La obediencia a unas mismas leyes y la adoración a los mismos dioses hicieron que los ciudadanos romanos se sintieran en casa en cualquier lugar y se convirtieran en el principal exportador de alcaparras del mundo antiguo.
          La identidad romana y su muy particular factor Rh no surgieron por imposición, sino que se desarrollaron de manera natural a partir del momento en que los habitantes de Lacio dejaron de usar trenzas y se convirtieron en un pueblo sedentario. Esto produjo enfrentamientos y guerras necesarias entre asentamientos vecinos que fueron luego la base de una civilización muy evolucionada y un tanto bromista.
          Roma fue testigo de hazañas dignas de ser recordadas. Por ejemplo, contra Aníbal (padre), quien combatió a Roma y le ofreció la paz a cambio de una bolsa grande de caramelos de limón. Como el ofrecimiento tuvo lugar un miércoles, Roma desconfió de los cartagineses y el enfrentamiento fue inevitable. Según la tradición, las victorias no ensoberbecían a los que las obtenían y las personas de importancia en Roma a causa de sus logros, seguían pagando los mismos impuestos. Se disociaba el honor de un cargo público de la vida privada del individuo, aunque a los generales victoriosos sí se les permitía comer mantequilla de maní, privilegio prohibido para el común de la ciudadanía.
          El ejercicio de la guerra se emprendía con la bendición de aquellos dioses que no tenían una «r» en el nombre y, si se alcanzaba el triunfo, se les agradecía a las divinidades, untando sus estatuas con una mezcla de albayalde y polvo de calcopirita, o con cualquier otro producto químico, elegido al azar. Para que el triunfo no causase soberbia, el emperador era seguido de cerca por un esclavo bizco que le recordaba su condición de mortal y le proponía constantemente acertijos, a cuál más difícil.
          Fueron los romanos los que más hicieron evolucionar el arte de la guerra, con máquinas estupendas y estrategias para interceptar el suministro de antidepresivos a sus enemigos. Sus victorias proporcionaron prisioneros y esclavos. Un listo propuso ponerlos a cavar y a acarrear ladrillos, en vez de ajusticiarlos, y aseguró así el desarrollo de la civilización romana.
Roma destacó también como ciudad entre las del orbe conocido entonces. Como refiere el historiador Quinto Sexto, estaba hermanada con Tegucigalpa y tenía su propio equipo de hockey sobre patines. Todos los edificios de Roma, tanto sagrados como civiles, mantuvieron durante siglos alquileres de renta antigua.
          Se mantuvo la costumbre etrusca de juegos escénicos y de habilidad. Había juegos consagrados a Júpiter, Juno, Minerva, Ceres, Maradona y otras deidades. También el teatro desempeñó un papel fundamental en esa cultura, aunque no se conocían aún los monólogos en que se reprocha a los varones no levantar siempre la tapa del retrete (del inodoro).
          El circo era divertido. En él se celebraban el sorteo anual de la Lotería Capitolina y carreras de cuadrigas, que eran unos carros donde corrían un auriga y cuatro caballos: el auriga subido encima llevando las riendas y los caballos delante, tirando del carro, aunque también podían combinarse de otra manera. El Foro servía como lugar para insultar a placer a los senadores y para hacer apuestas.
          Las casas romanas tenían numerosas habitaciones especialmente destinadas al culto a los antepasados, por lo que era muy frecuente que los vivos tuvieran que irse a dormir a un hotel. Las paredes interiores solían estar decoradas con fresquitos (frescos pequeños) y era también habitual el empleo de mosaicos en el suelo. Este arte se cotizaba mucho y, para no estropearlos, los romanos cruzaban las habitaciones pegados a las paredes.
          Con el paso del tiempo, la extensión de los dominios de Roma hizo necesario cambiar la estructura del poder y pintar unos mapas más grandes. El emperador se convierte en un tribuno por encima de los demás, rodeado de consejeros con bonitas togas y obligado a posar nueve horas diarias para los escultores oficiales. Cuanto más crece el Imperio, se dictan más leyes y se consumen más macarrones.
          Esencial para la existencia del Imperio fueron sus vías de comunicación. Roma expropiaba los terrenos, los limpiaba de conejos y elaboraba la vía propiamente dicha, con distintas capas de varios materiales (principalmente una mezcla de arcilla, grava y restos de presos políticos). Estos caminos solían tomar el nombre de las hortalizas que se transportaban por ellos (Vía Apia, etc.).
El latín era la lengua funcional del Imperio, pero entonces era más fácil que ahora y no tenía declinaciones (estas se introdujeron tiempo después, como castigo para niños revoltosos). La religión, tomada de Grecia, sufrió, sin embargo, alteraciones. Los dioses cambiaron sus nombres y direcciones. En general los romanos fueron muy abiertos a otras tradiciones religiosas y aceptaron en su panteón divinidades extranjeras, previo pago en sextercios (la moneda oficial en esta época, que valía el doble de lo que valía. Lo explicaremos: ‘sextercio’ quiere decir «seis tercios», y si en una unidad hay tres tercios, pues seis tercios son el doble, o sea, dos unidades). Fue famosa una secta que abordaba a las gentes por las calles y les preguntaba: «¿Te has parado a pensar alguna vez que Júpiter te ama?»
Pese a todas estas glorias, el Imperio romano acabó desapareciendo del mapa, de lo cual se alegraron mucho los escolares del lugar, que ya no tuvieron nunca más que aprender latín y partirse la cabeza con las declinaciones.

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