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Channel: HUMORADAS de Enrique Gallud Jardiel
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Luis XVI, el rey cerrajero

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Una bonita semblanza de la historia de la Franza
(Francia, quiero decir. Ha sido por la velocidad adquirida.)

          El cerrajero fue Luis XVI, que reinó en Francia después de Luis XV e inmediatamente antes de Luis XVIII, porque los franceses no saben contar y se dejaron a Luis XVII en el tintero.
          Este señor, tripón y bonachón, fue amo y señor de Francia, un monarca absoluto y todopoderoso que hacía todo lo que le decía su mujer, María Antonieta (¡sea usted rey para esto!). Vivió durante el siglo xviii, porque los revolucionarios no le dejaron llegar al xix. Habitó los más suntuosos palacios y pudo escoger los más variados caminos del placer, como dormir con una cuerda atada a la muñeca en cuyo opuesto extremo se hallaba un criado atado dispuesto a traerle un vaso de agua con azucarillo cuando hiciera falta.
          Pero este monarca, marcado por el destino como marido consentidor (y si lo dudan, que se lo pregunten al conde sueco Axen de Fersel —o Axel de Fersen, no estoy del todo seguro), no gastó enormes sumas en fiestas ni mantuvo a favoritas. Eligió para su disfrute personal un pequeño taller de cerrajería donde dedicarse al humilde oficio de hacer llaves para meterlas en cerraduras. (Un análisis freudiano del hecho de que no pudo consumar su matrimonio hasta pasados cinco años, debido a que le daba miedo operarse de su fimosis, aclararía bastantes cosas.)
          El monarca había crecido entre cerraduras. Los palacios en los que habitó desde su niñez incorporaban una como mínimo en cada puerta, para mantener el secretismo de la corte. Raras veces se hallaba abierta una puerta y existía el cargo de abridor real de puertas, cancelas y similares (royal abrideur, creo se dice).
          Se dice que Gamain, un sencillo artesano, le enseñó la técnica, pero es mentira: Luis XVI se hizo cerrajero de oído. Y, pese a su miopía, resultó ser un alumno aventajado en cerrajería y en todo tipo de manualidades (con hierro y madera, ¡no me sean pícaros!) Todavía se conservan en Versalles vestigios suyos que dan testimonio de su habilidad en la fragua. Él se hallaba especialmente orgulloso de una caja de seguridad que él mismo había diseñado y construido. La empotró en la pared y la empleó para guardar en ella sus documentos privados. Cerraba tan bien que, después de cerrarla, no se pudo abrir nunca más.
          Con motivo del nacimiento de su hijo varón, hubo celebraciones en el reino (y en la casa del conde Axel o Axen). El gremio de cerrajeros, conociendo la afición del monarca y en un desesperado intento de conseguir pagar menos impuestos, le obsequió pelotilleramente durante un desfile con un artilugio diseñado especialmente para la ocasión: una cerradura de seguridad de gran tamaño (dos metros de alto). Luis olvidó el protocolo de la ocasión y se dedicó durante unos minutos a intentar abrirla, sudando la gote gorde. Cuando lo consiguió, apareció dentro del artilugio una pequeña figura que representaba al recién nacido Delfín, heredero de la corona. Cómo puede ser delfín el hijo de un merluzo es uno de esos misterios de la Francia que escapan a nuestra comprensión.
          Luis XVI nunca quiso ser rey, aunque, por otra parte, tampoco quiso ser quesero ni mozo de cuerda. La responsabilidad le abrumaba. Tenía el gusto rutinario de un burgués y nada le producía más angustia que la toma de decisiones y el aceite de ricino. Era tímido y flemático. No se le daban bien las personas ni el trato social. La construcción de cerraduras aportó un elemento de serenidad y sosiego a su vida, pero le granjeó el desprecio de una corte aristocrática, obsesionada con los tonos pastel, el protocolo, los lunares en la mejilla y la distinción de clases sociales.
          Este espíritu sencillo «se vio envuelto en el torbellino de la revolución», como escriben los cursis. Cedió ante todos —y eso que le pidieron cosas que pocos habrían aceptado— y «se dejó arrastrar, como cometa al viento», que escriben también los cursis. Fue acusado injustamente de tirano y murió guillotinado en 1793, durante el Terror y en ayunas.




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